En béisbol: Freddy Asiel y la invulnerabilidad
Freddy Asiel Álvarez acaba de dar no hit no run, el número 53 de la historia de las Series Nacionales. Y sigue caminando cada juego como si los contrarios fueran incapaces de amaestrar el bate. Y sigue desatado. Cruel.
Sí, es un crack. Por más que los escépticos digan lo que digan (que si le falta estatura, que si carece de una punta de velocidad a lo Justin Verlander o Lázaro Valle, que si no entrena a tope). A fin de cuentas, siempre habrá gente para descreer de Galileo.
Lo cierto es que el muchacho está alquilado en el firmamento del montículo. Truena a ratos, relampaguea otras veces, llueve, y los demás (los de allá enfrente) no consiguen capear su temporal. Freddy Asiel moja a todos, los empapa, y él sale seco y a placer de cada entrada.
En estado de gracia vive el de Corralillo desde la postemporada. Fue entonces que empezó esta cadena de imposiciones traducidas en ponchados y desplantes convertidos en ceros que incrusta en las pizarras. Inexpresivo como una esfinge en depresión, desalmado como el verdugo que levanta el hierro, se ha transformado en el lanzador más dominante que haya visto Cuba desde que Vera y Lazo consiguieron su top form.
Alguien me dice, razonable, que la calidad hay que probarla “en la caliente”, en la vorágine de un Clásico Mundial, cuando el tipo que empuña el madero adversario tiene la estabilidad de David Wright o el punch asesino de Miguel Cabrera. Hay que admitirlo, y agregar que Freddy Asiel todavía está por regalarnos ese tipo de concierto.
Sin embargo, también es razonable (y sobre todo agradecido) reconocer que nos ha dado, gratis y en sesiones diferentes, unas clases memorables sobre el arte del pitcheo. De modo que, al margen de las simpatías y los fanatismos, lo indicado es hacer la reverencia de rigor cada vez que veamos, con el “15” a la espalda y la apatía en cada ojo, a este hombre que más que tirar, lanza.
(Con información de Michel Contreras. CubaDebate)
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