Liuba dejó en Santa Clara el corazón feliz
Por Ricardo R. González y Walfrido Díaz Góngora
Esta vez las canciones escaparon del marco limitado de un teatro para emprender el vuelo del papalote o la cometa. Así como lo hubiera deseado Teresita Fernández, esa juglar adorada a quien se le dedicaba la fiesta.
Santa Clara era el sexto —y último punto— del merecido homenaje tributado por Liuba María Hevia a la maestra que sueña con la niñez, la esperanza, la Naturaleza, o la vida a partir de la magia del buen arte.
Mientras Liuba cantaba los infantes seguían sus interpretaciones… Estela, Vinagrito, El cangrejo Alejo, la hormiga que tiene su historia con un tren, o la que incita a la búsqueda constante de la belleza aun cuando algo nos parezca que perdió su lozanía.
No importa si son letras de Gabilondo Soler, de Ada Elba Pérez, María Elena Walsh, o de la propia Liuba o Teresita, lo cierto es que imaginaba a la célebre compositora del gato más popular del archipiélago sentada entre los asistentes a las áreas exteriores del Centro de la Danza y el Teatro, para desde allí tararear sus propias canciones, y ¿por qué no? admirar a su más fiel alumna a partir de un talento con el que inscribe un camino respetable en el andar de la música cubana.
Liuba—Teresita, Teresita—Liuba. Binomio perfecto a fin de alimentar el alma y revivir a ese niño o niña que, a pesar de los años, nos sacude por dentro sin abandonar sus raíces, el que nos retorna a la inocencia, a las travesuras increíbles, y nos recuerda a ese ser humano que debe empinarse bajo el precepto de la transparencia y las esencias de lo digno.
Un encuentro con el bendecido pretexto de multiplicar el disco Liuba canta a Teresita a partir de esas canciones antológicas que las venideras generaciones nunca deben perder, y que encontraron su receptividad en Camajuaní, Placetas, Cifuentes, Corralillo, Ranchuelo y la capital provincial como regalo a un fin del verano que en sus últimas horas buscaba al señor arcoíris y a «los lindos colores de la felicidad».
Un concierto quedó a la espera en Santa Clara: escuchar a Liuba con sus canciones dirigidas a los adultos, máxime cuando ella y su grupo estaban dispuestos a realizarlo. Quedamos con las ganas de nos llevara al sitio de los ángeles, a contarnos la historia del emigrante bajo los hilos de la luna, a recordarnos que las puertas son las almas, a iluminarnos a partir de esa voz que lo mismo en la tonada, la guajira, la habanera, o el tango tiende las redes para convertir el amor en un canto de todos.
No obstante Liuba María Hevia se torna nuestra, aparece nueva e irrepetible en sus 30 años de bregar artístico, y nos hace comprender lo difícil que resulta «soñar mañanas, si me falta tu sonrisa».
En fin, Liuba partió pero la ciudad la aguarda. Porque Santa Clara sabe que en cada una de sus visitas coloreamos la esperanza que nos deja el corazón feliz.
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