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soyquiensoy (Ricardo R. González)

Despedida al Rey de la disciplina Eduardo Paret: Adiós al “2″

Despedida al Rey de la disciplina Eduardo Paret: Adiós al “2″

Eduardo Paret Pérez (I), torpedero del equipo Villa Clara y de la Selección Nacional de Béisbol, se despide de sus compañeros de equipo como pelotero activo, en ceremonia realizada en el estadio Augusto César Sandino, en Santa Clara, Villa Clara, el 25 de abril del 2012. AIN FOTO/Arelys Maria ECHEVARRIA RODRIGUEZ.

Cuando a mí me preguntan por el mejor torpedero que he visto, siempre digo “Germán Mesa”. Así, sin dudarlo un instante. Pero cuando me inquieren por el paracortos más integral que he conocido, siempre respondo que “Eduardo Paret, el número 2 de Villa Clara”. Y esto, también, lo digo sin dudar.

Paret acaba de decir adiós, y deja un gran vacío. Mayor que el que dejó Germán al despedirse, porque al menos entonces nos quedaba el shortstop naranja. Y no es que ahora no tengamos algún que otro muchacho de nivel -Arruebarruena, Aledmis, Yorbis-, pero en todos los casos, todavía está por ver lo que darán.

El “2″ de Villa Clara fue un atleta completo. De esos que hasta les sienta bien el uniforme. Lo respetaban en el home -halador nato de swines ascendentes-, porque no le faltaba dinamita a sus muñecas, y porque carecía de nervios para dar un batazo en pleno clutch (Matsuzaka, seguro, no olvida que Paret le pegó jonrón y medio en par de Clásicos).

Lo respetaban en las bases, porque aprendió a robar con pies de seda, porque intuía cuándo había llegado el momento, y sabía escamotearle al lanzador el pestañazo clave para anclar “quieto” en la otra base.

Lo respetaban -mucho, cantidad- a la defensa, porque le asistían los reflejos, la pericia para ubicarse en el espacio, y portaba en su diestra un mosquete criminal que asombró a propios y ajenos. (El sello personal de sus fildeos era aquel deslizamiento en bastón con rumbo al hueco, para después incorporarse y soltar más de noventa millas de pasión hacia primera).

Lo respetaban, además, una vez que se terminaba cada juego, porque no se mareó con los humos de la fama y siguió siendo el mulatico humilde del Condado, ese barrio que vio sus primeros engarces en el camino a la inmortalidad que nadie -absolutamente nadie- podrá negarle nunca.

¡Sayonara, guerrero del diamante!

(Con información de Michel Contreras. CubaDebate)

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