La historia del Burro Perico
Hace ya setenta y tantos años en la finca de Loa Pacheco, enclavada en la loma de Cerro Calvo, un humilde señor dedicado por necesidad a la compra y venta de botellas adquirió un pequeño burro para que ayudara en los quehaceres. Por nombre le puso Perico, y no imaginó jamás que en aquel momento acababa de hacer el más hermoso regalo a la tradición folklórica villaclareña.
En un Principio, Bienvenido Pérez (Lea) prestó el animal de trabajo a su primo Eusebio quien lo utilizó en el tiro de un carro de helados; pero Perico escapaba con mucha frecuencia hacia Cerro Calvo, quizás por inadaptación, quizás guiado por sus sentimientos. La verdad es que tenía cansado al heladero y una tarde fue el colofón. Cuando se encontraba vendiendo helados en el paradero de trenes los truenos y relámpagos anunciaron un fuerte aguacero, y el hombre fue a refugiarse en los portales dejando amarrado al pobre jumento a un poste. Las primeras gotas de lluvia aterrorizaron tanto al animal que logró partir las riendas que lo sujetaban, y se lanzó a toda carrera para la casa de Lea, no sin antes dejar el carro de las sorbeteras en un deplorable estado.
Muy molesto Eusebio devolvió formalmente el burro a su dueño, quien al parecer lo entendía mejor, pues no pasó mucho tiempo sin que Perico tirara de un carro al que llamaban "La Ferretería ambulante". Ese carretón después pasó a la recolección de tercerolas de manteca, y por último a la recogida de botellas por todos los establecimientos de la ciudad. Más de mil botellas vacías transportaba el burro en cada viaje.
Así pasaron tres lustros; el negocio de la botellería, gracias al trabajo de toda la familia Lea y la "modesta colaboración de Perico, dio muy buen resultado, al punto que el burro fue sustituido en su trabajo por un medio más moderno: Un camión. Lea, agradecido del trabajo de Perico, lo exoneró de todo deber, con el retiro merecido y una suculenta ración diaria de maíz.
No obstante, el animal, que ya había demostrado su inteligencia en otras ocasiones ingenió un plan para procurarse el sustento sin afectar directamente a su benefactor, y así comenzó a recorrer las empedradas calles santaclareñas con su andar lento y distraído.
Al principio, el contacto con la gente le fue un poco difícil pues había quien no aceptaba que un animal paseara las calles de la ciudad tan libremente. Esa fue la primera conquista de Perico, ganarse pacientemente la simpatía de todos. Los niños lo llamaban para ofrecerle caramelos y otras golosinas, que él lentamente saboreaba agradecido.
Algún día de aquellos, Perico aprendió un manejo muy importante; tocó delicadamente con uno de sus cascos delanteros a la puerta de alguna casa, donde seguramente con anterioridad y de forma espontánea le habían brindado pan. Fue como un toque a la puerta de la historia, pues desde entonces trascendió a la celebridad y la fama.
Comenzó a visitar algunas casas donde le procuraban su alimento predilecto, el pan. Así siguió engrosando la lista de sus cariñosos suministradores. E1 toque de Perico era algo sensacional en la cotidianidad de una casa; brindarle pan, más que una limosna era un acto de gratitud por tan simpático gesto. Cuando alguien, sin él solicitarlo le brindaba algo de comer en la puerta o ventana de la casa, aceptaba la invitación sin tardar, grabando el recuerdo en su solípeda memoria, de modo que jamás olvidaría saludar diariamente a los nuevos amigos.
Su ruta incluía a todos los barrios. La Pastora, el Carmen, y Buen Viaje, entre otros. y es notable que en ninguno de estos lugares a pesar de haber pozos de magníficas aguas, tomaba ni una gota de sus fuentes pues sólo la tomaba de manos de Victoria, la esposa de su dueño quien mimosamente se la servía cuando, al atardecer, regresaba de sus andanzas.
Cierta vez, este invariable curso por las calles fue alterado cuando tuvo un altercado con un novato agente del orden que estrenaba su azulado uniforme en la posta de Parque y Marta Abreu. Perico venía en dirección al Parque por la referida calle para dirigirse al Liceo (hoy Casa de la Cultura); pero ese día el nuevo vigilante, desconociendo que Perico no era un burro ordinario, y creyendo que era su deber ahuyentarlo, comenzó a realizar toda suerte de maniobras y gesticulaciones a tono con el típico cantar de los vaqueros del sur de las provincias centrales al conducir sus reses para que este desviara su rumbo; pero el burrito, que no entendía que el policía tuviera derecho a bloquear su acostumbrado camino, le jugaba cabeza una y otra vez.
El incidente se fue convirtiendo en un espectáculo; la gente comenzó a aglomerarse para presenciar las peripecias de Perico y las ineptitudes del agente, y éste, presionado por su vanidad autoritaria propinó dos fuertes golpes en el lomo para que el animal entrara en razones. Aquello puso de mal humor al público y hubo voces que se alzaron contra la actitud del advenedizo esbirro. Un sargento de la Policía que se encontraba entre los espectadores amonestó públicamente al guardia y le aclaró que Perico no era un burro ordinario, sino que se trataba de un burro "con los mismos derechos de cualquier ciudadano de la República". El vigilante amoscado, y aún sin explicarse el suceso en su real magnitud, se excusó ante la gente y prometió guardar al burro todas las consideraciones que le habían concedido.
Pero ello no termina todavía: Perico, desde aquel día cuando llegaba a 1a barbería de Marta Abreu y VIlluendas, detenía su paso y levantaba la vista para observar al vigilante de la posta del Parque. Si el que encontraba allí era el del referido altercado, daba marcha atrás y tomaba otra ruta.
Así, Perico, amparado por el cariño, la admiración y el cuidado popular va dejando paulatinamente de ser un burro ordinario para convertirse en la amada mascota de la ciudad .
Hubo quienes trataron de utilizar su imagen para beneficios personales en las campañas politiqueras típicas de aquella época. Levantaron una ola de injurias a través de la prensa contra su dueño aduciendo que este después de haberse hecho rico a costa del trabajo del animal y de haber explotado al admirable burro lo tenía en la indigencia, pero el pueblo conocía el gran amor con que el propietario del burro y sus hijos lo trataban.
A raíz del primer gobierno de Batista, Perico salió a la calle portando carteles que decían: "Abajo Batista" y "Abajo el director", refiriéndose al Director del Instituto de Segunda Enseñanza que en componenda con los políticos de turno permitía a algunos estudiantes que recogieran dinero a nombre del estudiantado para su beneficio personal.
Perico estuvo preso. Un día cometió el error de invadir los jardines del Parque Vidal: El alcalde asomado a una de las ventanas del Palacio de Gobierno lo vio personalmente, y lo mandó a prender por comerse el césped.
El estudiantado, al enterarse de 1a noticia, se lanzó a la calle conjuntamente con la población, y el alcalde, al ver que se ponía en juego su próxima reelección creando estas discordias, accedió a ponerlo en libertad.
Todos los informantes coinciden en decir que lo más asombroso de su vida fue su muerte. Eran las seis de la tarde del día 26 de febrero de 1947. Perico se encontraba cerca del café Villaclara. Lea lo vio y se le acercó. Notándolo cabizbajo y afiebrado le dijo: Perico tú estás enfermo, vamos para la casa. Y el animalito siempre obediente le siguió hasta la botellería.
Al otro día por la mañana, Caballo; el sereno que cuidaba del patio de la botellería, muy temprano le preguntó a Victoria que ya estaba en pie: "¿El viejo está durmiendo?" y tras su respuesta afirmativa. "Pues mira. Perico ni se mueve, pa’ mi que está muerto, yo lo estuve mirando por una ventana.
No hallaban cómo decírselo a Lea; Pero al final, la dolorosa realidad se impuso. Al divulgarse la noticia, muchos centros de trabajo cesaron en sus labores, innumerables escuelas enviaron a sus alumnos a los funerales; todos querían ver por última vez su simpática figura.
Los niños desfilaron cerca de su cadáver para ofrendarle flores, los obreros le llevaban coronas a nombre de sus lugares de trabajo; los muchachos del Instituto de Segunda Enseñanza, quisieron enterrarlo en el cementerio de la ciudad; pero Lea no permitió que su cadáver fuera sacado a la calle, y tras la autorización del Ayuntamiento. se acordó enterrarlo en el propio patio de la botellería donde durmiera toda su vida. Su sepelio debía llevarse a cabo allí, en una fosa que el mismo pueblo cavó. Cuatro metros cúbicos de tierra fueron removidos para ocultar su cuerpo eternamente, con una mezcla de arena y cal. pues bajo estas condiciones había accedido el Gobierno Provincial a su entierro dentro de la localidad de Santa Clara.
El infatigable andador de las adoquinadas calles de Santa Clara, continuará paseando su asnal filosofía en la imaginación de los niños, en la memoria de quienes lo conocieron y entre los recuerdos bellos de esta ciudad.
(Con información de Sitio Web Cultural Santa Clara)
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Luz Alba Molina -