Mi Comentario (Mucho más que una gallinita dorada)
Por Ricardo R. González
Los tiempos reclaman entrega al trabajo, y como lo bien aprendido jamás se olvida recuerdo aquel cuento infantil de una gallinita dorada que tocó a la puerta del resto de los animales para convidarlos a confeccionar una torta.
Ninguno pudo, y cuando estuvo lista todos quisieron compartirla, sin pensar en la negativa ofrecida.
La gallinita se impuso, venció los obstáculos del camino, y dejó como lección una virtud que, poco a poco, descubrimos a lo largo de la vida, porque la laboriosidad tiene otros ribetes que van más allá de la simple entrega al trabajo.
Además de cumplir con lo nuestro impone la ayuda a los semejantes, a quienes compartimos la jornada, el estudio, las responsabilidades hogareñas, o el entorno en que hacemos ese día a día con el aporte de todos.
La laboriosidad no se clona ni puede trasmitirse a través de los genes. Tampoco aparece en una pizarra de la que copiamos y aprendemos en una semana o en un año. Depende de acciones cotidianas, de lo que somos capaces de apropiarnos desde edades tempranas gracias a las instituciones educaciones y al propio medio familiar como nutrientes de ese manantial de hábitos, comportamientos y modos de vida para formar valores desde que la pirámide comienza a erigirse.
Laboriosidad es la demostrada por el equipo de la doctora Concepción Campa Huergo al crear la única vacuna existente en el mundo con efectividad ante una de las variantes de la meningoencefalitis. La fama no los llevó a subir hasta el cielo, y quedar estáticos entre las nubes. Disfrutaron del aporte, mas otras incógnitas aguardaban por ellos en la búsqueda de nuevas sonrisas humanas.
Es el ejemplo de la doctora Lucy de Armas, una de las prestigiosas oncólogas villaclareñas, al enfrentar esa situación terrible para un paciente de confirmar un diagnóstico; sin embargo, lo apoya hasta hacerle comprender que el horizonte no cierra aunque parezca que todo ha concluido.
Varias veces la he visto por otras instituciones del ramo, fuera de su consulta del hospital universitario Celestino Hernández Robau, en busca de algún recurso o medicamento que pueda necesitar un enfermo sin vínculos filiales con ella. Eso es solidaridad con el prójimo, y cumplir lo que hace años juró el día en que se hizo una profesional al servicio de su pueblo.
Encuentro las enseñanzas en aquellos que abrazan la ciencia desde los laboratorios, o en el Instituto de Investigaciones en Viandas Tropicales (INIVIT) que junto a su director, Sergio Rodríguez Morales, tratan de cambiar las mentes de los productores agrícolas con tecnologías actuales para que se nutran las mesas cubanas de lo que tanto necesitan.
Así, un grupo parte por todos los municipios del país con el afán de compartir conocimientos que no resultan exclusivos de un centro radicado en tierras del municipio villaclareño de Santo Domingo.
Laboriosidad es la demostrada en la finalísima de la Serie de Oro del Béisbol cubano cuando Ciego de Ávila y Pinar del Río luchan hasta el propio out 27 porque jamás se piensa en el revés ante ese coraje y tenacidad que alimentan esperanzas. Es sentido de pertenencia, defender cada terruño, y pensar en la alegría multiplicada que pudieran darle a sus aficionados deseosos de gritar: ¡Ya somos campeones!
Cuanta valía la de hombres y mujeres que integran los servicios comunales en sus amplios perfiles. En particular aquellos que, aun sin salir el sol, transitan por las calles con el fin de devolverles la pulcritud necesaria. Quizás sin los útiles de limpieza requeridos, con frío o calor, con lluvias o sin estas, con apenas una tacita de café en el estómago o a lo mejor sin ella, pero haciendo respetable su uniforme en el chac chac cotidiano de la escoba mientras aun disfrutamos del sueño.
Otro aplauso al impedido que aporta a la sociedad y lo convierte en orfebre indispensable, al innovador que deberá revolucionar habilidades o hacer hasta lo imposible a fin de resolver un complejo crucigrama, al machetero que, rodeado de santanica o con un Astro rey hiriente, tiene que aferrarse al cañaveral porque Cuba aguarda por él.
O al afán de ese maestro que enfrenta el aula a sabiendas de enfermos en casa, de que a lo mejor llueve y afecta la jurisdicción hogareña, de lo tarde que sorprende en la parada porque el transporte no pasa, o que ni imagina la hora de emprender el camino de regreso ante los imprevistos del día.
Larga resulta la obra, y a la vez sus protagonistas. El de la recepcionista cargada de problemáticas, y demuestra lo contrario para un público jamás culpable de ello. La del trabajador por cuenta propia llamado a velar por la calidad como algo de primer orden, y la del ama de casa que, desde la retaguardia, enfrenta las encrucijadas de la cocina diaria, el busca por aquí y por allá para salvar el almuerzo y la comida, y quien, a lo mejor, asume las preguntas de un menor con alguno de sus padres en misiones internacionalistas, y no para de reiterar ¿cuándo viene mamá?
«Pronto, hijo», será la respuesta, mientras se vuelve de espalda a fin de ocultar la lágrima que escapa.
A mi entender, la laboriosidad supera el simple instinto de asistir al trabajo o verlo como forma inmediata de ganarnos la existencia. Hacerlo bien, competente, digno, con el placer de que cada eslabón es necesario, le ofrecerá ese toque distintivo para convertirlo en grande.
La suma de todos. Mi aporte, el tuyo, el de nosotros, propiciará esa amalgama atribuida a los seres humanos a fin de lograr mucho más de las enseñanzas dejadas por aquella laboriosa, y sí repetible, gallinita dorada.
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Ricardo González -