Trinos de campo adentro
Por Ricardo R. González
Foto: Carlos Rodríguez Torres
Un poquito después de las 5:00 de cada madrugada los gallos cantan por Yaneisy Roche Betancourt. La maquinaria del día a día comienza a andar para sugerir el sombrero y la manga larga a una mujer campesina seguidora de la tradición familiar.
La historia ocurre en el propio corazón de la comunidad Julián Grimau, en el valle del Yabú, muy próximo a Santa Clara. Esos parajes han visto erguirse a la muchacha que desde hace 11 años trata de descubrir sus incontables secretos.
Ahora, acogida al Decreto Ley 259 que autoriza la entrega de tierras estatales ociosas en concepto de usufructo, mas desde mucho antes sabe que el sol pica y agota, y que la lluvia favorece mucho pero, a la vez, causa estragos en las 7,48 hectáreas que están bajo sus riendas. Una parte dedicada a cultivos varios: tomate, yuca (ya cosechada), y otros dos cordeles destinados a mangos y aguacates.
No obstante, el plato fuerte de esta mujer resulta la rama porcina ya que 150 ejemplares y dos reproductores aguardan por sus faenas.
«Hay que atenderlos. Prácticamente me esperan, y se convierte en una especie de fiesta cuando me ven… Como si quisieran salirse del sitio que ocupan en la cochiquera.»
— Te lleva esfuerzos, pero existen resultados.
— Cada seis meses recibo unos 180 mil pesos por los cerdos, sin incluir otras ganancias derivadas de las restantes cosechas contratadas por la cooperativa. A veces los saldos se van por encima de lo planificado al inicio.
Yaneisy tiene el don de la inquietud. Ya prepara el cultivo del frijol colorado en lo que constituye su debut. A estos dedica una hectárea acorde con los propósitos de sustituir importaciones acompañado de todo su paquete tecnológico garantizado.
— Sin embargo; dicen que tú eres capitana de hombres.
— (Ríe)… En verdad, tengo dos compañeros contratados.
— Y en el campo ¿aceptan las ordenanzas de una mujer?
— Eso que llaman machismo parece que es del tiempo atrás. No me puedo quejar del comportamiento de ellos. Cumplen lo orientado en todo momento.
A pesar de su pasión por la campiña, no deja de reconocer que ha tenido momentos difíciles, sobre todo aquel en que enfermó una parte de su masa porcina. Algunos animales murieron, pero había que incrementar las acciones porque los convenios no admiten incumplimientos.
Fuera de las obligaciones campestres existe una casa que atender con responsabilidades maternas.
Marco Antonio Alonso Roche, su primogénito de siete años, parte temprano para la escuela, y luego cumplimenta sus disciplinas deportivas. Regresa ya en la tarde, mas tiene, además, a Marlon, quien con apenas dos años también reclama los cuidados de mamá.
«Mi vida es parecida al molino en movimiento. Un pequeño receso para el almuerzo, y de vuelta inmediata al campo hasta pasadas las 6:00 de la tarde en que retorno para continuar los quehaceres de la casa y estar con mis hijos.»
Como resultado de su trabajo dispone de una vivienda de mampostería muy próxima a sus tierras que difiere de aquella anterior de tablas abierta hasta para el mínimo aguacero.
— ¿Cómo te insertas en el contexto social?
— Integro una CCS que sobrecumplió la cifra de mujeres asociadas en saludo al pasado cumpleaños de la FMC. Tiene cuatro guajiras con cargos directivos, y dos acogidas al Decreto Ley 259, pero ¿qué se piensa? En el campo hay CDR, FMC, organización campesina que necesitan cooperación y esfuerzo, e integramos la Brigada Técnica Juvenil (BTJ) organizada por la CCS.
— Desde la ciudad se desea que mercados y placitas estén abarrotados de comida…
— Para ello hay que trabajar mucho en el campo, soportar frío, calor o lluvias, y hacerte muy amiga de los surcos. De lo contrario, el deseo se queda solo en sueños.
— Luego de 11 años de bregar campesino ¿impera el cansancio?
— Ni un ápice. Hay tierras para rato, y una Yaneisy que siente la vida con todos los trinos de campo adentro, aunque hable con mi cantaíto.
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