Los Mejores Maestros
Por Ricardo Alarcón de Quesada
Agradezco el honor de dirigir unas palabras a los participantes en Pedagogía 2011. Las dedicaré a actualizar la situación de Cinco maestros que son también Cinco Héroes. Sus nombres son Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort y René González Sehwerert. Llevan más de doce años encarcelados en Estados Unidos sin justificación alguna.
Su inocencia es total. Se les castiga injusta y cruelmente, única y exclusivamente, porque lucharon contra el terrorismo que hace ya más de medio siglo desde allá se realiza contra Cuba.
La verdad consta en documentos irrefutables de las propias autoridades oficiales que aparecen en el sitio del Tribunal Federal del Sur de la Florida en el caso Estados Unidos contra Gerardo Hernández. Pero como este pone al desnudo la naturaleza real de la política norteamericana contra Cuba, el Imperio ha ordenado el silencio absoluto a las grandes corporaciones dueñas de los llamados medios de información que con obediencia lacayuna ocultan la verdad al pueblo norteamericano y a muchos otros en el mundo.
Si a ese pueblo se le permitiera conocer lo que está escrito en el expediente mencionado descubriría que los Cinco son víctimas de una escandalosa y grosera prevaricación, acusados por cargos inventados cuya falsedad fue reconocida más de una vez por jueces y fiscales. La perpetuación de esta colosal injusticia provoca dolor y sufrimiento a cinco familias. Y a las cubanas y los cubanos nos hace recordar todos los días que el gobierno de Estados Unidos sigue siendo cómplice de un terrorismo que no cesa y frente al cual tenemos que mantener la vigilancia y levantar sin descanso nuestra denuncia y reclamar solidaridad.
Cuando digo que los Cinco son educadores no exagero nada en absoluto. Lo son, lo han sido ya por más de doce años. Han enseñado a otros a leer y a escribir, a pintar y dibujar, han enseñado matemáticas, computación y literatura y lo han hecho en dos idiomas y sobre todo, han ayudado a sus alumnos a vivir y a buscar la felicidad en un entorno que para ellos habría sido mucho más doloroso si no hubiesen contado con tales maestros.
Porque su docencia ha sido una hazaña, practicada generosamente, con altruismo insuperable, en algunas de las peores prisiones de Estados Unidos. ¿Cuántas veces no han interrumpido sus clases forzados por los guardias que los han encerrado en confinamiento solitario? ¿Cuántas veces sus alumnos han debido esperar el regreso del maestro secuestrado en el hueco infame?
Más allá de las disciplinas que han facilitado aprender a otros, Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René nos dan cada día lecciones de amor y solidaridad.
Si concordamos con la definición de Luz y Caballero, aquella de que enseñar puede cualquiera, educar sólo quien sea un Evangelio vivo, los cinco compatriotas son nuestros mejores educadores.
Ellos sufren una enorme arbitrariedad y un trato carcelario especialmente cruel. Solo posible por la férrea censura que hace que millones de personas, sobre todo en Estados Unidos, ignoren completamente este caso.
Vayamos a la esencia.
Los Cinco fueron detenidos, acusados y condenados única y exclusivamente porque, a riesgo de sus propias vidas, ayudaron a descubrir los planes terroristas que contra Cuba y su pueblo se llevan a cabo impunemente desde territorio norteamericano con la anuencia y la complicidad de las autoridades norteamericanas. Cumplieron su misión sin armas, jamás emplearon la violencia, no causaron daño alguno a nadie ni pusieron en peligro la seguridad de Estados Unidos o sus ciudadanos.
Su única falta fue la de actuar contra los grupos terroristas sin haberse inscrito ante las autoridades norteamericanas para hacerlo. La cuestión clave es determinar si tal conducta estaba justificada o no, si contra Cuba se practica o no el terrorismo, si Estados Unidos ha tolerado o no esos crímenes.
Permítanme leer un par de párrafos de este libro recientemente publicado en la ciudad de Miami y cuyo autor, Orlando Bosch, ha sido calificado por el Departamento de justicia de Estados Unidos como uno de los terroristas más notorios y empedernidos:
De Nicaragua viaja a República Dominicana (junio de 1976) donde pudo participar a principios de julio y en el pueblito de Bonao, en la convocatoria hecha a las principales organizaciones beligerantes del exilio cubano como Omega 7, la Brigada de Asalto 2506, el Movimiento Insurreccional Martiano, la Alianza Cubana de Organizaciones Revolucionarias, los Comandos Pedro Luis Boitel, el Movimiento La estrella, el Frente Revolucionario y otros grupos anticastristas.
De esta conjunción nació la Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), comprometida en arremeter contra todos los frentes políticos y económicos de la tiranía castrista. En consecuencia se realizaron atentados con explosivos contra las oficinas de la línea aérea British West Indies en Barbados (julio 10, 1976), que representaba los intereses de Cubana de Aviación, y de Air Panama en Colombia (julio 11), como reacción al entendimiento entre Castro y el gobernante panameño Omar Torrijos. Así mismo fueron ajusticiados el funcionario castrista Artagñan Díaz (Mérida, México, julio 23) y otros dos (Crescencio Galañena y Jesús Cejas) acreditados en Buenos Aires (agosto 9). (Los años que he vivido, Orlando Bosch, New Press, Miami, 2010, págs. 126-127)
Desde luego lo que he leído se refiere apenas a una fracción, dos meses, en una carrera interminable de crímenes impunes. Nótese, sin embargo, cómo reconoce su responsabilidad en ataques contra otros países de la región y su culpabilidad en el asesinato de tres compatriotas, uno en México y dos en Buenos Aires, cuyas vidas aun exigen justicia.
Aquí aparecen numerosas fotos que ilustran sobre algunos de los crímenes en que participó el autor. Bombardeos contra ciudades, fábricas y embarcaciones cubanas como ésta - página 242- que mató a un maestro e hirió a tres niños y también ataques terroristas que realizó fuera de Cuba, algunos incluso en territorio norteamericano, contra barcos mercantes del Reino Unido, Japón y Polonia (páginas 270-273).
Aquí cínicamente se ofrecen detalles de fechorías que han causado la muerte y el sufrimiento a personas inermes y han provocado cuantiosos daños materiales.
No es un documento secreto. Es un libro que acaba de ser publicado, en diciembre de 2010, en la ciudad de Miami. Su autor no está en prisión. A bombo y platillo presentó su obra en un acto insólito acompañado por otros delincuentes notorios que se ufanaron de los crímenes cometidos y prometieron continuarlos en el futuro.
Para colmo, semejante celebración pública del terrorismo se efectuó en un lugar que allá describen como una Universidad y que unos meses atrás había otorgado al mismo siniestro personaje un infame homenaje que provocó la indignada protesta de varios eminentes académicos de Estados Unidos.
Entre los celebrantes del odio y de la muerte estaba Luis Posada Carriles, asesino convicto y confeso, quien hace años también publicó en Miami sus sangrientas memorias y que con Bosch planeó y dirigió la destrucción con una bomba de un avión civil en pleno vuelo causando la más horrible muerte a 73 personas.
Hace ya casi seis años que Posada entró ilegalmente a los Estados Unidos. Pese a ser un terrorista prófugo de la justicia y a haber ingresado a ese país violando sus normas migratorias, Posada, como Bosch, es un hombre libre y disfruta de la protección y la hospitalidad de las autoridades.
En asombroso escarnio, para protegerlo y ocultar sus verdaderos crímenes, ahora mismo tiene lugar en El Paso, Texas, un vergonzoso proceso en el que sólo se le acusa de mentiroso. La farsa ocurre muy cerca de la frontera por la que cada día miles de inmigrantes son expulsados a patadas, sin trámite judicial alguno. ¿Cuántos millones de infelices han sufrido esa experiencia en los últimos seis años? ¿Qué los diferencia a ellos de Posada desde el punto de vista de la legalidad migratoria? Que aquellos trataban de escapar de la miseria, no eran terroristas fugados de la justicia. Unos, trabajadores honrados, víctimas del subdesarrollo y la explotación imperialista, el otro, Posada, un asesino profesional con un largo historial de crímenes al servicio del Imperio.
Pronto se cumplirán seis años desde que Venezuela solicitó formalmente a Estados Unidos la extradición de Luis Posada Carriles para que compareciera en el juicio que se le seguía en Caracas por la destrucción de un avión civil y que fue interrumpido cuando en 1985 él se marchó de la prisión para reaparecer inmediatamente dirigiendo una operación encubierta de la Casa Blanca en Centroamérica (Iran-Contras). Desde entonces era reclamado por los Tribunales venezolanos, mucho antes de que hubiera irrumpido en la historia el querido compañero Hugo Chávez.
Desde hace seis años el gobierno de Estados Unidos está incurriendo en flagrante violación de sus obligaciones en la lucha internacional contra el terrorismo. Desde marzo de 2005 está violando claramente el Convenio de Montreal sobre la protección a la aviación civil y la Convención Internacional para la represión de actos terroristas cometidos con bombas. Ambos documentos establecen claramente que cualquier persona acusada de atentar contra una nave aérea civil o de emplear explosivos con fines semejantes tiene que ser juzgada por ese delito en el país donde se encuentre o extraditada al país que lo solicite con ese objeto sin excepción de ninguna clase. Washington no ha hecho ni una cosa ni la otra. Ni lo juzga como terrorista ni lo extradita a Venezuela para que sea juzgado por sus crímenes.
Al actuar así Estados Unidos viola también la resolución 1373 de septiembre de 2001 adoptada por el Consejo de Seguridad de la ONU a propuesta del gobierno de Bush, según la cual todos los estados están obligados a cumplir esos acuerdos internacionales contra el terrorismo y quien no lo hiciera sería objeto de sanciones. Esa resolución es pieza clave en la llamada guerra contra el terrorismo que lleva a cabo Estados Unidos y sirvió de fundamento para la invasión militar de Afganistán.
Todos esos instrumentos legales son letra muerta para Estados Unidos cuando se trata de atacar a Cuba y proteger a los terroristas que han sido sus instrumentos. Por eso a Posada ni lo juzgan ni lo extraditan. Peor aún, lo dejan actuar libremente y para protegerlo llevan a cabo un proceso fraudulento en el que se le acusa sólo de cargos menores.
Pese a todo, para algo ha servido la indecente farsa de El Paso.
La pasada semana, testificando bajo juramento, una funcionaria del departamento de Seguridad (Homeland Security) afirmó que a Posada no se le encausa por sus crímenes porque a ello se ha opuesto la Fiscal federal de Miami, la señora Caroline Heck Miller, la misma que es la principal acusadora de nuestros cinco héroes. Esta revelación constituye la mejor prueba de la responsabilidad de las autoridades norteamericanas en las acciones terroristas contra Cuba que nuestros compañeros trataron de evitar. ¿Quién puede dudar ahora de su inocencia? ¿Qué más hace falta para comprender el dolo y la prevaricación de una acusadora que es al mismo tiempo la gran protectora del peor terrorista?
Por supuesto que los llamados medios de información nada han dicho sobre lo que fue revelado en El Paso.
Estamos en un momento decisivo cuando la señora Heck Miller tiene que responder a la petición de habeas Corpus a favor de Gerardo Hernández Nordelo, último y extraordinario recurso que a él le queda en el sistema legal norteamericano.
Uno de los argumentos principales de esa petición es precisamente las pruebas recién descubiertas acerca de los pagos que el gobierno federal dio a los medios de Miami para que mintieran y calumniaran a los Cinco en una campaña que sirvió también para atemorizar y presionar al tribunal y a los jurados. Fue precisamente eso lo que la Corte de Apelaciones definiría en agosto de 2005 como una tormenta perfecta de prejuicio e ilegalidad que la llevó a anular el juicio inicial contra los Cinco. Ahora sabemos que al mismo tiempo, coincidiendo con ese histórico fallo, la señora Heck Miller impedía que Posada fuera acusado.
En esta fase crucial, cuando están por agotarse las vías judiciales, los medios siguen cumpliendo su perversa tarea. Fuera de Miami ocultan toda información relativa a los Cinco. En Miami calumnian a Gerardo, distorsionan burdamente el contenido y la naturaleza de su petición haciendo gala de inmoral cobardía.
Si los Cinco hubieran hecho algo malo, si su conducta hubiese dañado de alguna manera al pueblo norteamericano, acerca de ellos la prensa y la televisión de ese país habría inundado completamente todos los espacios informativos. Ha sido y es exactamente al revés. El férreo silencio impuesto por más de doce años no es sino una confirmación adicional de su total inocencia.
Esta situación debe terminar ya. El Presidente Obama y su gobierno saben que están cometiendo una injusticia incalificable. Él sabe que puede y debe ponerle fin liberando inmediatamente a Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René, a los Cinco. A todos y cada uno de ellos, sin excepción. Hacerlo sería el primer paso indispensable para poder convencer al mundo de que la decencia, finalmente, ha entrado a la Casa Blanca.
La Habana, 27 de enero de 2011. Conferencia Especial en Pedagogía
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