Laberinto para la historia
Santa Clara rememora, este 6 de enero, el aniversario 52 de la entrada de la Caravana de la Libertad con Fidel al frente. Sin embargo, los días finales de aquel diciembre trajeron una acción poco conocida, durante la Batalla de Santa Clara, como la del túnel abierto por los rebeldes para aproximarse a la Estación de Policías sin ser descubiertos.
Nena indica el sitio exacto por el que descendieron los rebeldes.
Por Ricardo R. González
Fotos: Carlos Rodríguez Torres
La admirable lucidez de María Esperanza del Sol Martínez (Nena) le permite desempolvar recuerdos. Ni los duros golpes de la vida, acumulados en sus 89 años, han hecho perder facultades. Retrocede en el tiempo hasta finales de diciembre de 1958 cuando Santa Clara olía a guerra en aquella tarde que aun le provoca sobresaltos.
Sus hijos tenían unas gallinitas y salió a darles de comer, quizás pensando en que era la última vez. Apenas abrió la puerta de la cocina para entrar en el patio vio que unas botas sucias y uniformes deteriorados descendían desde el techo a su casa.
«Perdí el habla —confiesa—. Solo atiné a regresar para decirles a mis hermanas Sara y Aurora lo sucedido. No sabía si era una pesadilla o una escena real… Pensé en guardias del régimen, pero de inmediato me comunicaron: “Mamá, no se asuste, somos revolucionarios y no vamos a hacerles nada. Solo ayúdenos y cumpla nuestras indicaciones”.»
Los rebeldes ocuparon el interior de la vivienda, ubicada en la calle Conyedo, cercana a la iglesia de El Carmen. Eran barbudos con collares de Santa Juana y una especie de crucifijos o rosarios. Estaban peludos, y la mayoría muy delgados refugiados en la mediana estatura.
«Si algo resaltó fue la amabilidad. En ningún momento se manifestaron groseros ni escuchamos palabras obscenas. Unos verdaderos caballeros, a pesar de encontrarse escuálidos debido a los avatares de la guerra. En todo momento reiteraban que preservarían nuestras vidas.»
Aquella comitiva no sobrepasaba los 24 hombres. Como las habitaciones de Nena son amplias tomaron las dos primeras. Ellos corrieron los escaparates y pusieron los bastidores encima a manera de protección, pues los aviones de la tiranía rondaban y así precavían las consecuencias futuras.
«Solicitaron que no saliéramos de los cuartos. Nos traían leche condensada, galletas y agua. En mi casa estábamos mujeres y niños, mis dos hermanas y tres de mis cuatro hijos: Jorge, de 3 años; Jesús, de 4; y Roberto, de 5, pues José Luis, de 8 años, permanecía con el resto de mi familia fuera de la ciudad. Ya mi esposo, Jesús Flores Camacho, había marchado con un hermano a los Estados Unidos por orden del Movimiento 26 de Julio. Los rebeldes determinaron traer a otras personas que residían próximo a nosotras dado el peligro que corrían.»
ENTRE FUEGO Y PÓLVORA
Nena desconocía los planes. Después supo que desde la casa contigua hasta la del doctor Ramón Berenguer, cuyo fondo se ubica frente a la sacristía de la iglesia de El Carmen, abrieron un boquete. Las marcas del orificio original aun perduran en la fachada.
«Algunos piensan que el laberinto se hizo a lo largo de toda la cuadra, a partir de la calle Luis Estévez hasta Carolina Rodríguez, por el interior de cada morada y no es cierto. Solo tres fueron las afectadas. Esta demarcación tiene una buena pendiente y, por deducciones posteriores, los hombres pudieron arrastrarse por los techos sin ser vistos desde la Estación de Policías, enclavada en Máximo Gómez esquina a San Pablo. Por tanto, llegaron hasta mi casa y descendieron por el patio, pues a partir de aquí la altura sí podía delatarlos.»
Al lado de la residencia de Nena existía una especie de fonda visitada por los guardias de la dictadura y agentes del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Los rebeldes neutralizaron a los presentes y trasladaron a los propietarios a la vivienda de María Esperanza. Desde dicha fonda iniciaron el túnel hasta la casa del doctor Berenguer.
Los revolucionarios salieron a Carolina Rodríguez a fin de entrar en la sacristía y aproximarse a la guarida de los policías convertida también en cárcel.
«Santa Clara ya estaba en plena batalla. Carecíamos de electricidad y de agua. Todavía no me explico de donde los rebeldes sacaron tanta fuerza para derribar paredes en tiempo récord. Suponemos que aprovecharon la oscuridad de la noche y la ausencia de luz eléctrica y penetraron en la sacristía. En ello resaltó el apoyo brindado por el padre Bando, quien guardó absoluto secreto. Por su condición de sacerdote tenía impunidad para moverse de un sitio a otro, y ello facilitó el cumplimiento de la estrategia.»
Aunque en aquella época era adolescente, María Josefa Figueroa Sierra (Chepa) rememora los momentos. Reside cerca de Nena, pero en la acera contraria, y evoca la tanqueta que recorría las calles cercanas a la Iglesia.
«Algo impresionante. Por los peligros que representaba ese tanque, los aviones y los francotiradores es que los rebeldes pedían al pueblo que ni siquiera se asomase a las puertas. Insistían en la protección de las vidas humanas, pues en la medida en que se incrementaban las acciones la tiranía descargaba su furia.»
El regimiento Leoncio Vidal (sede entonces del Tercer Distrito Militar y actual complejo Abel Santamaría) y la propia Estación de Policías acumulaban gran parte del poderío batistiano. En esta última existían cerca de 300 hombres entre guardias, soldadesca de refuerzo, delatores y simpatizantes. Dos tanques e igual cifra de tanquetas figuraban en el arsenal.
Hasta entonces, María Esperanza del Sol y María Josefa Figueroa no conocían —al igual que el resto de los refugiados— que aquellos huéspedes barbudos estaban dirigidos por el capitán Roberto Rodríguez Fernández (El Vaquerito) y pertenecían al llamado Pelotón Suicida. Lo supieron después. Las tácticas impedían revelar identidades… Era un grupo de élite, designado por Ernesto Guevara, a partir del valor y las convicciones.
Como cumplieron lo orientado de permanecer en el interior de las habitaciones Nena desconoce si en algún momento El Vaquerito estuvo en su casa. A lo mejor acudió, por determinada vía, a intercambiar con su tropa; sin embargo no puede afirmarlo.
Más lo cierto es que si bien en aquellos dos cuartos se hacían múltiples oraciones cristianas mientras los segundos parecían siglos, la casa vivió horas de tensiones que no excedieron los dos días.
SANTA CLARA, LA VICTORIA
La ciudad tuvo momentos indescriptibles en aquellas pascuas de 1958. La estrategia del Che resultó valiosa para esquivar el ataque de los contrarios. Indicó atravesar vehículos, camiones, ómnibus urbanos y carros de gran porte en las calles. Una especie de barricadas que no excluyó el lanzamiento de botellas contentivas de inflamable desde las azoteas.
Chepa quedó traumatizada por los agudos tiroteos. «Escuchamos los disparos desde la Universidad, y todo sucedió de forma vertiginosa. Hasta ese momento podíamos andar por las calles de la barriada nuestra. Pasadas 24 horas ya era imposible.»
La Cruz Roja protagonizó una labor encomiable. Nena y Chepa recuerdan que entre los alojados en la casa de la primera estaba José Felipe Silva, quien pertenecía a esta organización.
En medio de la balacera los representantes salían con sábanas blancas, a manera de banderas, para trasladar a la población.
«Era increíble apreciar el contraste de unas zonas liberadas y otras no. Nunca olvidaré el pedazo de media cuadra que existe entre mi casa, en Conyedo, hasta la esquina de Luis Estévez. El plan era marchar en medio de las balas al edificio de la Cruz Roja (hoy ocupado por la Empresa Avícola) como sitio seguro. Sin embargo, no fue necesario llegar hasta allá porque los propios vecinos de Luis Estévez nos acogieron en sus hogares ya libres», sustenta Chepa.
Los rebeldes consiguieron el objetivo. Provocaron el rendimiento de la Estación de Policías. Dos de esos militares fueron conducidos por los revolucionarios hasta la vivienda de Nena y llevados luego a otro lugar.
En este traslado, dejó su casa abierta a los seguidores del Che sin recoger nada. Ellos se encargaron de poner colchones y bastidores en sus puestos después del triunfo. Chepa, por su parte, solo llevó el ejemplar de La tía Tula, novela de Miguel de Unamuno, que leía en aquellos momentos, y 100 pesos obsequiados por sus padres para su cercano matrimonio.
Y tras la entrega del Regimiento, Santa Clara respiró aires libertarios. Era una mezcla de pueblo y de barbudos en las calles. El apoyo incondicional de los habitantes resultó sobresaliente.
El día final de aquel año Chepa no pudo bañarse, pero el primero de enero vistió las mejores galas y junto a muchos vecinos asistió a aquella jefatura donde las tropas nuestras mostraban los distintos implementos que los tiranos aplicaban en las torturas.
En la zona cayó, el 30 de diciembre, el legendario Roberto Rodríguez y algunos civiles.
Ellos perduran en el recuerdo de una población agradecida, de esa que estuvo siempre aliada a los portadores de aquellos collares de Santa Juana, aunque descendieran de súbito por los techos y le provocaran un susto a María Esperanza del Sol. Forjadores de hechos y de ideas que trazaron un laberinto para la historia.
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