Ocho años de la pérdida de Polo Montañéz
Este 26 de noviembre se cumplen ocho años de la pérdida de Fernando Borrego Linares, conoido en el mundo artístico como Polo Montañéz, a causa de un accidente del tránsito.
Polo, querido por los cubanos y por gran parte del mundo, resultó uno de los tres cubanos ganadores de un Disco de Platino.
Aquí les dejo con una de las últimas entrevistas concedidas por este ícono de nuestro acervo musical.
Por Pedro de la Hoz
A este campesino de puro linaje, nacido Francisco Borrego Linares en un intrincado punto de la serranía occidental cubana y conocido en el arte como Polo Montañez, aún no se le ha agotado la capacidad de asombro. En menos de lo que canta un gallo, diría él mismo con una imagen propia de los hombres de la tierra, ha conquistado el favor unánime del público en México, Costa Rica y, de manera muy especial, en Colombia.
También, por fortuna, es profeta en su tierra: de una punta a otra de la geografía insular, sus temas se reiteran insistentemente en la radio, ocupan los primeros lugares de las listas de éxito, y sus presentaciones en concierto arrastran multitudes, como expresión de un auténtico fenómeno de masas que viene sucediendo desde la medianía del 2001.
El primer día del 2002, tal como hicieron miles de artistas en los 169 municipios cubanos, Polo regaló un concierto a la gente de su patria chica, la provincia de Pinar del Río. Nunca antes un acontecimiento artístico había reunido a 50 000 personas en la capital de ese territorio.
Poco después, viajó a Santiago de Cuba a encontrarse en la escena con Eliades Ochoa, un sonero oriental que en los últimos años ha alcanzado una dimensión mítica. Las tres funciones en el teatro Heredia, el de mayor capacidad en esa ciudad, se repletaron de tanto público que hubo que permitir espectadores en los pasillos y las escaleras.
El tema "Un montón de estrellas" desbancó a celebridades como Los Van Van, Issac Delgado, Amaury Pérez y la Charanga Habanera en los registros anuales de favoritismo popular y no es arriesgado decir que los fanáticos a su música se han convertido en una legión insaciable que reproduce en casetes cada uno de los cortes del disco Guajiro natural (sello Lusáfrica, 2000) e imponen la música de Polo en grandes o pequeños motivos festivos.
Pero quizá lo más sensible para todos los cubanos haya sido la hondura con que Polo ha puesto música a un poema de Antonio Guerrero, compatriota suyo condenado por un tribunal de Miami nada menos que por luchar contra el terrorismo. La canción conmovió a la isla entera en la despedida del 2001, al ser difundida por la televisión.
Los éxitos de Polo han trascendido el ámbito latinoamericano. Los europeos comenzaron primero que nadie a apreciarlo. Luego de que José da Silva, presidente de Lusáfrica, se quedara fascinado por el cantor campesino y grabara el primer disco, Polo tocó las puertas del Viejo Continente.
En el cuadernillo de su primer disco, se dice que "Polo compone mientras camina o monta un tractor, mientras nada, bajo la lluvia, el sol o la luna, cuando siembra la tierra... y hasta durmiendo" Y de su contexto se dice: "Vive en un pueblito rodeado de bosques y montañas, con casas de tejas rojas, blancas paredes y ventanas donde abundan las flores".
Quizá esa imagen paradisiaca haga creer que el cantor —si se me permite tomar en préstamo un término de las artes plásticas— sea naif o ingenuo.
La mejor manera de saber la verdad es observar a Polo en su propio medio y escucharle.
¿Quién es realmente Polo Montañez? ¿Qué tiene que ver con la música?
—Soy un guajiro que ha vivido siempre enamorado de la música. Nací en el monte y crecí allí. Cuando era pequeño, en mi casa y en la de los alrededores, se acostumbraba a hacer fiestas, en la que mi familia participaba. Al viejo mío, que era carbonero, le gustaba también la música y eso se pega. A él le gustaba de modo especial el acordeón. A mí, en cambio, primero me llamó la atención golpear los cueros de una tumbadora, pero después le puse interés a la guitarra. Ahora me doy cuenta de que entre las cuerdas y la percusión estaba el camino de la música cubana, el que más tarde me trazaría como un objetivo en la vida.
¿Te definirías como un cultor de la música campesina?
—No voy a mentir: las tonadas, los sones montunos y las décimas formaban parte de lo que yo escuchaba y cantaba en un primer momento, pero después, de muchachón, no tanto. Debo explicar que yo soy de los jóvenes de los 60, y en el monte pinareño se escuchaba mucho a la radio. Y por la radio, en programas como Nocturno, de Radio Progreso, que era lo que oíamos noche tras noche como la mayor posibilidad de entretenimiento, comenzaban a darse a conocer cantantes españoles e italianos, de lo que se llama la onda pop, y yo tenía una facilidad tremenda para aprenderme esas canciones.
Eran canciones románticas...
—Claro, claro, eran románticas (ríe)... y como uno siempre ha sido un poco enamorado, pues ya sabes; esas canciones de Los Fórmula V, de Los Bravos, de Juan y Junior, y más tarde las de José José, Nicola di Bari, José Feliciano, eran las que les gustaban a las muchachas. Pensándolo bien, ese tipo de canciones dejó en mí algo positivo, porque después de todo esa línea romántica no tenía por qué estar separada de la música tradicional cubana más movida. También, debo aclarar, me gustaban canciones de Silvio y Pablo. Como joven al fin, no le hacía mucho caso al bolero, pero a medida que fui haciéndome mayor, me percaté de que allí también había un enorme tesoro romántico, canciones muy bonitas, y con una melodía increíble.
¿Desde cuándo pensaste en consagrarte a la música a tiempo completo?
—Siempre soñé con vivir para la música. Pero no era fácil ni era tan claro el camino. Sabía que la música había que estudiarla y yo mismo ni siquiera me había estabilizado en los estudios elementales. La Revolución llevó la Alfabetización y las escuelas a los parajes más difíciles, pero no siempre los maestros que enviaban a mi zona permanecían en ella. Cambiaban con frecuencia. Y entre eso y mis ganas de andar metido en el monte, la escuela se me fue quedando al margen. Me puse a trabajar, hice de todo y sé hacer de todo en el monte: cortar leña, aserrar árboles, sembrar, cosechar, operar la maquinaria. Todo lo hacía cantando y pensando en la música. Figúrate, que un día mi padre me vio "majaseando" (holgazaneando) y me dijo: "Chico, la música no se come". Tuvo que pasar bastante tiempo para que pudiera armar un grupo y entrar en el sistema de las instituciones de la música.
EL ÉXITO Y LA MÚSICA
Antes de que te llegara la hora del éxito, ¿cómo fue la recepción de tu desempeño profesional?
—Nosotros interpretábamos cosas que nos pedían o que estaban de moda en fiestas y recitales en comunidades de todo el territorio vueltabajero. Cuando comenzamos a ser anfitriones en el Motel Las Terrazas, que se halla enclavado en la comunidad donde fuimos a vivir después de tantos años en medio del monte, me dio la idea de intercalar creaciones mías. No sé si mucha gente se dio cuenta que eran criaturas mías, nacidas de mi corazón y de la cabeza, porque debo aclarar que la inspiración tiene que ponerse a trabajar para hacer música, pues ésta no cae del cielo porque uno lo quiera. Lo cierto fue que mucha gente que pasaba por Las Terrazas o nos escuchaban en otros lugares, se fijaban en algunos de mis temas. Hasta que llegó José da Silva, ese mulato africano que se le escapó al diablo y me convenció de que lo mío era abrirme al mundo. Desde entonces estoy con Lusáfrica, que es mi sello disquero.
¿Soñabas, entonces, en ver a ese público multiplicado?
—Ese es siempre el sueño del artista, pero también, en el caso mío, con solo una persona que hubiera prestándome atención y quedara enganchado con mi música, era suficiente como para respetarla y sentirme compensado.
¿Te gustaría que te clasificaran como un músico intuitivo?
—La intuición funciona, claro que sí, mas a medida que uno se va metiendo más y más en el mundo de la música, se aprenden muchas cosas. Por intuición llegué a montar mis números con el grupo, a irme haciendo de un repertorio, pero lo demás, el espectáculo, saber cómo comunicarte con la gente, hay que amarrarlo con bejuco "colorao" y ese sí me lo conozco.
¿No te asusta el público?
(Ríe) —Lo que más me asustaban eran los aviones y las entrevistas. No, en serio, el público en un momento parece que te va a tragar, después entras en calor y terminas por compartir con él ese montón de música que uno lleva por dentro.
¿Y la fama?
—No te puede hacer perder tu esencia. Si la gente te quiere es porque te das a querer. Yo nunca dejaré de ser un hombre de tierra adentro, un guajiro natural.
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