La fuerza del alma
Dr. Jorge González Pérez, quien encabezara el grupo multidisciplinario que participó en el hallazgo de los restos del Che y de su Destacamento de Refuerzo en tierras bolivianas. Sus impresiones durante la llegada de las osamentas a Santa Clara hace 13 años.
Por Ricardo R. González
Foto: José Hernández Mesa
—I—
Son hombres y mujeres de carne y hueso, médicos o antropólogos de profesión que llevan en su sangre el tango y la palma. Cubanos y argentinos unidos en el Valle Grande boliviano para emprender aquella búsqueda de años; los mismos que el sábado 12 de julio de 1997 irrumpieron en la historia cuando una noticia diseminó por el mundo el hallazgo de los restos de Ernesto Guevara y de parte de sus compañeros de lucha encontrados en una fosa común.
El Doctor en Ciencias Jorge González Pérez trata de recordar cada detalle, matiza sus sentimientos aunque a veces resulte imposible, y evoca cuando paró en lo alto la pala de la excavadora para continuar la labor a mano hasta tocar los huesos.
«No sé ni qué dije, por mi mente pasaron mil cosas». Era el resultado de 600 días de desvelos, de enfrentamiento a las contingencias humanas, pero con pupila optimista aun en los momentos más duros. Parte de la misión encomendada estaba cumplida gracias a la acción de un numeroso equipo multidisciplinario que estuvo en Bolivia pero que, también, desde Cuba apoyaron el trabajo. El calendario marcaba el 28 de junio.
—II—
Nunca imaginó el entonces director del Instituto Nacional de Medicina Legal que estaría involucrado en este propósito. El equipo comenzó una profunda investigación contentiva hasta de los detalles minúsculos sobre la zona de aquella pista de aterrizaje ya descontinuada por el paso del tiempo.
«Tuvimos que armarnos de extrema paciencia en medio de laberintos, análisis, datos congruentes y falsas informaciones, hipótesis válidas o desechables hasta conocer cada arista del valle y dividir el terreno en 12 áreas. Exactamente el metro número 21, de la zona 7, deparaba el instante. Por ella comenzamos esta fase, porque todas las evidencias estaban a favor. Una fosa común exponía los primeros restos de otro combatiente.
«Por su parte, el doctor Héctor Soto, integrante de nuestro equipo, confirmaba en aquel contexto que habían más, y es entonces cuando aparecen los del Guerrillero Heroico, y poco a poco los restantes.»
La exhumación de los siete cuerpos se prolongó unas 12 horas, precisa el jefe del grupo González Pérez, y la del Che rebasó las dos horas. «Teníamos elementos suficientes con todos sus estudios y referencias, coincidían sus numerosas fracturas, incluso las del último combate, también la ausencia de un molar, de sus manos… Lo presunto era real.»
Fue un momento indescriptible, «las palabras no son capaces de trasmitir tanta fuerza interna por dos razones elementales: Lloramos, nos abrazamos...una, la emoción del momento por lo que encuentras, te preguntas a ti mismo si es verdadero el instante que vives... es un choque inexplicable; la otra, cuando estás seguro de que es verdad y la identidad te brinda algo propiciador de un estímulo mayor. No resulta un cambio en tu vida, más bien una motivación que invade como ser humano e impulsa a continuar.»
Los restos de Guevara fueron trasladados al hospital japonés de Santa Cruz de la Sierra, junto a los de Alberto Fernández Montes de Oca (Pachungo), René Martínez Tamayo (Arturo) y Orlando Pantoja Tamayo (Olo). También los de Aniceto Reynaga Gordillo (Aniceto) y su compatriota boliviano Simeón Cuba Sanabria (Willy), y los del peruano Juan Pablo Chang-Navarro (El Chino).
«Allí finalizó el trabajo de identificación apoyado por innumerables compañeros desde Cuba que ofrecieron detalles importantes.»
—III—
Jorge González Pérez y parte del equipo viajó hasta Santa Clara, en aquel octubre de 1997, para constatar las imágenes vividas en la Sala Caturla, de la Biblioteca Provincial Martí, donde permanecieron los osarios para recibir el tributo de su pueblo antes de partir definitivamente hacia el Memorial del Complejo Escultórico que lleva el nombre de Ernesto Guevara.
El Parque Leoncio Vidal, de la capital de Villa Clara, guardó un silencio total «Son impresionantes dichas vivencias —dijo en aquel momento Jorge González Pérez— Ese mismo silencio fue el que hicimos en Valle Grande ante un acontecimiento no concluido.»
Y luego de rendir homenaje ante los osarios, el doctor González Pérez confesó que si algún lugar del Orbe es digno para atesorar a los integrantes de la guerrilla es nuestra isla y, particularmente, Santa Clara.
«Por aquí anduvo el Che, pero el pasado se torna presente, hay que decir, por aquí anda el Che, porque se siente vivo, eterno, invencible, está con nosotros, entre su gente y en lo cotidiano, latiente en el lado izquierdo del pecho, por eso es un deber llegar hasta aquí, a una Santa Clara que dignifica al cubano.»
Así apreciaron a esta ciudad vestida de honra, la que le agradece a ellos aquellos días de gloria repartida entre flores, recuerdos y bondades del alma.
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