Entre Guajiro y Guajira
Una pareja campesina sabe que la campiña es mucho más que el aroma de las plantas, el susurro de un manantial o la brisa que mece los penachos de las palmas en la danza eterna con el viento. Amor y trabajo compartidos desde una CPA placeteña que hablan de una vida nueva.
Por Ricardo R. González
Foto: Carlos Rodríguez Torres
Una larga explanada traza el camino. Casas modernas lo engalanan entre palmares, un área bananera y el guayabal cercano. A la entrada el taller el taller de maquinaria, y allá, en lo último, el inmenso depósito elevado de agua como nota peculiar de ese sitio placeteño ocupado por la Cooperativa de Producción Agropecuaria (CPA) Alexander Stambolisky.
Caminar por el terraplén denota que la campiña actual difiere de la de ayer. Una placita para el expendio de las propias producciones logradas de sus surcos, y contiguo el consultorio médico con una enfermera de excelencia: Inés Delgado Rodríguez, quien acumula 34 años en la profesión.
De pronto, aparece un tractor. Aun no se divisa su conductor. Viene en marcha… ¿Cómo? ¿Una mujer? En efecto. Claribel Riverol Jiménez, residente en el asentamiento desde 1986. Le dicen la Guajira y transporta en su vehículo a las brigadas de autoconsumo y de cultivos varios de la CPA. Una mujer que, según cuentan, hace historia.
VOLANTE y VOLANTE
Todo comienza porque el esposo de Claribel, Humberto García García, resulta también tractorista, mas las preferencias del público inclinan la balanza de la profesión hacia ella.
«Como chofer y mecánico él es excelente, pero yo no sé qué pasa que si ponemos las carretas juntas la mía se llena más rápido», confiesa la Guajira.
Y la parte contraria riposta: «Con ella se montarán los hombres, pero cuando yo salgo vaya a ver a quién prefieren las pepillas.»
Aun así, entre ellos prevalece la armonía. Treinta y dos años de matrimonio en los que han compartido momentos alegres y difíciles. Lo rutinario en cualquier pareja, y si de algo vive contenta Claribel es que figura entre las muy escasas tractoristas existentes en la provincia.
«Humberto me enseñó a mecanearlos. Y ahí está mi MTZ—80. Dispuesto para lo que sea. Soy su médico principal porque si de tornillos y mecanismos he aprendido bastante. A veces las roturas han sido complejas; sin embargo, le doy por aquí y por allá hasta vencer el problema, y si no puedo, solicito ayuda pues lo más malo en el ser humano es sentirse dueño del mundo.»
Y no ha pasado apuros al mando del timón?
Oigame. No me quiero acordar del día en que iba subiendo una loma con la carreta cargada de malangas y se atravesó una vaca. Me las vi oscura. Puse palanca y clochet, pero aquel aparato se iba hacia atrás. Dije no te puedes turbar Guajira, y poco a poco salí del aprieto y controlé la situación.
Dicen que Humberto se rascaba la cabeza al saberlo. Una sola palabra expresó: «Naciste». No obstante, conoce las peculiaridades y está seguro que ahí hay timón.
«Eso de hacerse tractorista fue por cuenta mía —sentencia El Guajiro—. Llevábamos tres o cuatro años de casados cuando la embullé. Yo fui su maestro y desde entonces aprecié su espuela para dominar el equipo. Sacó su licencia. Aprobó, y a veces nos damos cruce en el camino. Ella es sumamente responsable. Si digo otra cosa miento.»
Para Claribel Riverol el tractor tiene su magi. Hay que verlo pintadito de un rojo resplandeciente, despojado del polvo inevitable de la campiña o del fango penetrante cuando un aguacero bendice a la zona.
Una vez en el hogar, quien primero llega inicia las faenas. Tres hijos y cuatro nietos se suman a los componentes familiares. Una de ellos, la pequeña Keily Díaz García, con solo cinco años, prefiere la comida de Mima —léase La Guajira— aunque prefiere guardar el secreto y que nadie se entere.
¿Qué dice Claribel?
Yo no sé si será eso que ahora le llaman autosuficiencia. En verdad El Guajiro ayuda muchísimo, pero no hace nada mejor que yo. Creo que hasta en la guataquea le gano.
Y cómo mujer siente algún miedo?
Ni siquiera a las ranas, así que mucho menos al tractor.
Humberto sonríe y piensa que nada mejor para finalizar que una controversia. Esa que arranca en el portal de la casa cuando él irrumpe, sin pensar mucho en detalles técnicos de rima y métrica.
No vaya a pensar ella
que porque soy veterano
me va a llevar de la mano
como si fuera su estrella
Ah, que de verdad que es bella
es verdad que lo es
pero no me rindo a tus pies
porque si me da la gana
yo entonces mañana me busco otra, otra vez.
Ella: Muchacho de qué alardeas
no dejes que yo te mate
si hace tiempo el almanaque te sacó de la pelea
pues aunque tú no lo creas
tu mente ya está caduca
y estoy viendo que tu yuca
ya le ha caído calambre
y estoy pasando más hambre
que un piojo con una peluca.
Los vecinos aplauden y se divierten. Las puertas del hogar se cierran discretamente entre la picaresca evidente de lo que sucede dentro, porque entre Guajiro y Guajira no hay distancias ni secretos.
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