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soyquiensoy (Ricardo R. González)

Aguacero flamenco

Aguacero flamenco

El colega Héctor Dario Reyes reseña, de una manera muy peculiar, la actuación de Reinier Mariño en Santa Clara.

Por Héctor Darío Reyes

Foto: Manuel de Feria

Tres aluviones de cuerdas, cajón y palmas; poemas y vuelo de gitanas trajo Reinier Mariño con su espectáculo Celosías.

El tablao quedó corto tras la voz de la cantaora española Carmen Agredano, las declamaciones de la uruguaya Cecilia Salerno y las cuerdas Mariñeras, llegadas hasta acá por motivo de su gira.

El tablao quedó corto tras los giros de muchachas que bailaban a lo Sacromonte, casi sin ensayos tan siquiera. A golpe de talento.

Espectáculo formal el ofrecido en la Sala Principal del Teatro La Caridad. Más que nada, reunificación de aptitud y gusto santaclareño para apreciar y componer arte gitano.

Un evento de hermandad y disfrute del cante. Para batir palmas y sonar las castañuelas en esta tierra de sones, guaguancós y salsas, pero que a la hora de bailar puede hacerlo flamenqueao.

Celosía es «ante todo un acto de amor» dijo el actor Carlos Padrón, quien regaló versos y retazos de grandes poetisas iberoamericanas para quienes Celosías es expresión a lo Gabriela, a lo Alfonsina, a lo Dulce María Loinaz.

«Este espectáculo representa una madurez en mi trabajo» comentó Mariño, que no repara en la sencillez de su propia naturaleza para convertirse en un hacedor de placeres marcados por la música, marcado por las cuerdas.

Y acá se sumaron todos. Talentosos músicos del patio compartieron con bellezas bailaoras. Como si de pronto Santa Clara fuera algún lugar de la mancha adonde Quijotes y Camborios se pelearan por Preciosa, que aún corre perseguida por el viento verde.

Y tres fueron los momentos de la lluvia aflamencada porque tras el aplauso final, no cerraron las palmas, ni los cantes; ni ese ritmo pegajoso y sensual que es el flamenco.

La juerga continuó extendiéndose hasta los primeros visos de la madrugada. En otros escenarios, otras plazas.

La sala Margarita Casallas, del Centro Cultural El Mejunje, abrió puertas a los bailaores, a los cantes y las castañuelas en un espectáculo que se disfrutó entre amigos. Para entre otras, seguir flamenqueando a Santa Clara desde un punto de vista bien pilongo.

Allí aparecieron musicazos e intérpretes como Maikel Elizalde y Mayela Fernández, ambos aportando su grano de cultura propia a todo este jelengue. Un cienfueguero de la nueva trova y algún que otro intérprete, unieron oídos, corazones y gargantas para hacer suya, a golpe de cantes y de cantos, la noche mejunjera.

Porque «si existe un sitio donde el flamenco gusta es aquí, es una tierra rodeada de flamenco» comentó Mariño ante un público que lo aclamaba no solo su arte interpretativo, sino que reconoce cuanto siente él por esta ciudad que lo recibía todos los veranos cuando era niño.  

Y fue otro parque el que cerró todos los cantes, las descargas propias, las universales. Las Arcadas acogió a los bohemios trasnochados que parrandearon notas y palmadas casi hasta la mañana, en una noche en que ni el mismísimo Lorca hubiera apagado faroles, ni encendido grillos.

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