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Dos generaciones, un mismo árbol

Dos generaciones, un mismo árbol

Marta Josefina Anido Gómez—Lubián e Iris Maura Menéndez Pérez comparten vivencias por Cuba.

Por Ricardo R. González

Fotos: Ramón Barreras Valdés

Fotos: Ramón Barreras Valdés

Parece como si los adoquines de las vetustas calles la saludaran porque Marta Josefina Anido Gómez—Lubián no es otra que la propia Santa Clara personificada, la ciudad a la que ama con pasión desmedida casi desde que vino al mundo cuando sus padres la fueron educando entre el significado irrenunciable de patria y la raigal cubanía.

Así creció. Marta es eso, toda historia, y su vida se nutre de las más versátiles aristas a partir de una familia abrazada a la intelectualidad, aunque esta vez escapamos de su aval como profesora, promotora cultural, investigadora de nuestras tradiciones populares, directora de la EVA Olga Alonso durante una década (1965-1975), del Museo de Historia al sesionar en la Casa de la Cultura Juan Marinello, vicepresidenta de la UNEAC, o de aquella bailarina que usó zapatillas de puntas y debutó en el vetusto coliseo La Caridad con la fundación de la primera escuela de ballet existente en la urbe a partir del surgimiento del Liceo Marta, una especie de activación cultural conducida por su progenitora.

Ya en 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba repasa su filiación política desde que muchos de los vinculados a las diferentes corrientes existentes en la época se reunían en su casa de la calle Maceo, al lado del hoy Banco de Sangre, para analizar, noche a noche, los expedientes de los posibles fundadores del PCC de acuerdo con los parámetros exigidos.

«Fueron más de 33 mil reseñas de todo el país de las que resultaron aprobadas unas 800 en las instancias correspondientes luego de un proceso largo de investigación a fin de comprobar la exhaustividad de los datos», precisa.

Los recuerdos llegan con una nitidez admirable. No hay fallas ni olvidos. Lo demuestra con el relato del día en que recibió el carné de militante frente al monumento erigido a El Vaquerito en el parque El Carmen. Después tuvo el libro que la acredita como fundadora, pero desde mucho antes se sentía de avanzada, era activista, participó en la clandestinidad, y ejerció diferentes cargos en su vida política que continua activa.

Hojea el libro y se detiene en alguna que otra página. No le tiemblan las manos, a pesar de que exhiben el paso de los años. Tampoco es detalle de su interés porque ha vivido a plenitud y se siente muy feliz por ese legado familiar que, definitivamente, arropó su personalidad para hacerla comprometida con sus ideas.

«Nací un 20 de mayo, podrás imaginar el significado de esa fecha. En el mosquitero de mi cuna mi bisabuelo colocó cuatro banderitas cubanas, y cuando mi madre le preguntó los motivos de tantas sin pensarlo mucho respondió que era para arraigar los sentimientos patrios».

Habla de sus bisabuelos vinculados a las luchas de independencia de 1868, pero también de las bisabuelas, del abuelo comandante del Ejército Libertador, de las tías, de sus padres, por lo que creció en un ambiente de amor a Cuba.       

Si alguien no puede apartarse de su vida es Doña Marta Abreu de Estévez. De ella toma el nombre que siempre fue interés materno si la criatura esperada era hembra porque su mamá adoraba la figura y acciones de nuestra Benefactora.

Entonces le brillan los ojos a la Hija Ilustre de Santa Clara y enfatiza que no existe mejor nombre para ella porque cree haber sido consecuente y lo será hasta sus últimos días.

Y demuestra una emoción sin límites: «Fue una mujer excepcional, revolucionaria para su tiempo por todo su pensamiento y acciones. Defensora a ultranza de su Santa Clara y de su pueblo».

Quizás por ello Marta Josefina Anido Gómez—Lubián recorría los barrios pobres de la urbe y sitios periféricos. Llevaba a sus alumnas apoyada por padres. Con una barra de ballet portátil y un tocadiscos de pila enseñaba a los niños las interioridades del arte danzario. Aquello resultaba asombroso ya que no habían visto algo semejante, y así estuvieron por lo que es hoy la Vigía, El Condado y hasta llegaron a la comunidad Wilfredo Pagés que la llamaban, entonces, «sin nombre», unido a otras instituciones vinculadas a la infancia.

Si hay algo inseparable de esta cubana y santaclareña de estirpe son sus raíces martianas, esas consideradas de excelencia de las que se nutre a diario. Relee al Maestro, una y otra vez, para encontrar entre frases un aprendizaje, siempre algo nuevo de las que admira su vigencia, a pesar de la vida tan corta y azarosa que tuvo. Para ella la poesía y las críticas de arte escritas por Martí resultan inigualables y dejan ese caudal humano de riqueza prominente.

Por estos días que traen aires de Congreso Marta Anido considera que existe una labor muy grande a realizar dirigida a los jóvenes. En esa edad de la cual, por su temperamento, parece haber detenido su tiempo y sentirse como en los años mozos. «No es saturar con teques que no conducen a nada, habrá que conversar con ellos, buscar anécdotas que los motiven. La historia, siempre que se sepa contar, los involucra, dependerá mucho de la maestría del orador en medio de una lucha ideológica que tiene manos ocultas.

— ¿Convencida, entonces, del mejoramiento humano?

— Muy defensora. Ahí están las enseñanzas de Fidel como grande de la historia. Quieres mejor ejemplo que el de nuestros médicos y científicos. No existe un liderazgo personal entre ellos, es colectivo, y eso debe primar. La espiritualidad hay que desarrollarla más entre los seres humanos para llegar a ser mejores.

Cada encuentro con Marta constituye una clase magistral, su luz no se apaga con el ejercicio constante de la memoria a fin de no perder facultades y seguir regalándonos su tesoro histórico, cultural y esas ansias infinitas por su Santa Clara querida.

EL PRIVILEGIO DE IRIS

Tiene el don de ser maestra de profesión y en la vida porque a Iris Maura Menéndez Pérez le ha correspondido educar desde la inmensidad de un aula cuando integró el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, hasta en las múltiples organizaciones que ha tenido la dicha de dirigir.

Desde la organización de los pioneros, el torrente juvenil, la FMC, como cuadro profesional del Partido en Santa Clara, y en la actualidad al frente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos.

A ella le acompaña el privilegio de haber asistido al cuarto y quinto congresos del PCC y de integrar el Comité Central. En ese momento se desempeñaba como secretaria general de la organización de las mujeres en Villa Clara, y en una tarde de este abril caluroso comparte los recuerdos vividos.

Sin dudas el IV Congreso le impactó. Fue en 1991 y sus sesiones inauguraron el teatro Heredia en Santiago de Cuba. «Nos preparábamos para enfrentar un crudo periodo especial y estábamos organizando el nuevo sistema electoral de Cuba; sin embargo, no faltaron los debates tan agudos como el de la inclusión en la militancia de aquellas personas que profesaban sus creencias religiosas y que por error se habían excluido de las filas, sin valorarse la dimensión humana y los aportes al país».

A pesar de enfrentar una etapa compleja recrudecida con la caída del entonces campo socialista y las fórmulas a desplegar en la etapa prevaleció ante todo un optimismo apoyado por Fidel.

«Era el momento en que nuestros científicos comenzaban la producción de importantes vacunas, se lograban avances en la biotecnología y nuevos protocolos para abordar diferentes enfermedades entre los destellos de aquella etapa».

Si en una palabra tuviera que resumir el impacto y los contrastes del evento Iris diría que resultó medular tanto en ideas como en pronunciamientos, ya que todos los documentos estaban dirigidos a reforzar las acciones de los diferentes actores a fin de enfrentar, resistir y vencer el período.

Por entonces ejercía como dirigente femenina, lo suficiente para que la FMC abandonara las oficinas y se volcara a las calles, a las comunidades, al contacto directo con las féminas que asumían el día a día. «Dimos un enfoque mayor al cuidado de la familia, que se involucrara la igualdad de posibilidades, sin subestimar el aporte social de la mujer y los valores en la educación de los hijos».

Surgió uno de esos proyectos renovadores que Iris no puede apartar de su vida. Su rostro muestra satisfacción de solo abordar el surgimiento de la primera Casa de Orientación a la Mujer y la Familia en Cuba que tuvo su origen en la barriada santaclareña de la Vigía donde permanece.

«Tuvo antecedentes en la Conferencia de Nairobi, Kenia, donde se valoraron las estrategias para el avance de las mujeres en el mundo y en la creación de la cátedra Mujer y Desarrollo, en el Instituto Superior Félix Varela, presidida en aquel momento por Mercedes Piñón Jareño, quien ejercía como máxima representante del centro. Fue un paso de suma importancia con investigaciones precisas sobre temas femeninos, de la igualdad entre mujeres y hombres y del su ámbito familiar».

Iris Menéndez recorre con su mirada el espacio. Sabe que resultó una de las iniciativas siempre inclusiva y de coordinación, democrática y resultado de un trabajo colectivo. Expertos del Pedagógico y colaboradores de otros sectores se insertaron a cada uno de sus objetivos. Así surgieron las COMF en el resto de los municipios y provincias del país adaptadas a las particularidades de cada territorio.

«Se estableció una retroalimentación constante apoyada en todo momento por Vilma. Una etapa de integración y compromisos de todos, algunos de los especialistas y colaboradores ya no están, pero el resto recuerda la iniciativa con mucho cariño, aunque se ha ajustado a los nuevos tiempos».

— ¿Hablamos del V Congreso?

— Fue diferente al anterior, sin obviar las limitantes de todo tipo prevalecientes en medio de un período complejo pero creativo. Pienso que resultó la base para enfrentar las insuficiencias. Corría 1997 y se caracterizó más por las definiciones de cómo seguir adelante en las diferentes etapas de la vida, al tiempo que participaron muchas delegaciones extranjeras que manifestaron el apoyo solidario y el activismo con la mayor de las Antillas

«Ya existían lineamientos económicos para continuar en medio de un recrudecimiento crucial del bloqueo con medidas sin límites, pero no nos pudieron doblegar. Y es el congreso para demostrar que seguimos aquí».

Como toda cubana la delegada del ICAP en Villa Clara está a la expectativa del VIII evento partidista. A su manera de ver cada Congreso es distinto. Este se realiza en medio de una coyuntura económica muy deteriorada, de pandemia, con restricciones severas por parte del gobierno norteamericano.

«Muchos lineamientos se han dilatados, pero lo que más nos mueve es la esperanza de que definirá la manera de materializar detalles que dejen de ser proyectos referidos a la seguridad alimentaria, el desarrollo de las empresas y el fomento de la economía, sin obviar los esfuerzos para seguir dándole al ser humano la mayor satisfacción que puede tener: la garantía de vida que tanto necesitamos en nuestras fronteras o fuera de ellas».

Así son Marta e Iris, dos mujeres de generaciones diferentes, pero con raíces de un mismo árbol.

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