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Perico, el burrito que enamoró a Santa Clara

Por Ricardo R. González

No sé por qué hoy pienso en Perico, quizás por el apego a mi ciudad o por las reminiscencias de la niñez cuando mis abuelos me contaban aquella historia que parecía mágica.

No es la primera vez que escribo sobre ese tesoro. Muchos lo han hecho también ¿Y por qué no recordar aquellos pasajes iniciados en una finca de la loma de Cerro Calvo cuando un señor dedicado a la compra y venta de botellas adquirió un pequeño burro para que ayudara en los quehaceres.

Por azar le puso Perico, sin imaginar que sería la dicha bendecida incorporada a la tradición folklórica de la urbe. Cuentan que en un principio Bienvenido Pérez (Lea) prestó el animal de trabajo a su primo Eusebio quien lo utilizó en el tiro de un carro de helados; pero Perico escapaba con mucha frecuencia hacia Cerro Calvo, quizás por inadaptación, quizás guiado por sus sentimientos.

Al parecer tenía cansado al heladero y una tarde fue el colofón. Cuando se encontraba vendiendo su producto en el paradero de trenes los truenos y relámpagos fueron el presagio de un fuerte aguacero, y el hombre corrió arefugiarse en los portales dejando amarrado al pobre Perico a un poste. Las primeras gotas de lluvia aterrorizaron tanto al animal que logró partir las riendas que lo sujetaban, y se lanzó a toda carrera para la casa de Lea, no sin antes dejar el carro en deplorable estado.

Ello bastó para provocar en Eusebio una ira descomunal quien decidió entregárselo a su dueño con el que al parecer existían mejores relaciones.

Refiere el Sitio Web Cultural Santa Clara que no tardó mucho tiempo sin que el pobre animal tirara de un carro identificado como «La Ferretería ambulante» incorporado después a la recolección de tercerolas de manteca, y finalmente, a la recogida de botellas por todos los establecimientos de la urbe para trasladar más de mil botellas en cada travesía.

Tres lustros después Perico fue liberado de su oficio al ofrecerle el negocio buenos dividendos a la familia Lea y adquirir un camión para ese desempeño, pero el burrito que demostraba su inteligencia trató de buscar su sustento sin afectar a su benefactor.

¿Qué hizo? Recorrer las calles de la ciudad cuyos habitantes no concebían que un animal transitara por ellas de manera libre, pero así obtuvo su primera conquista al ganar, poco a poco, el cariño de los pobladores y, sobre todo, de los niños que le ofrecían golosinas y eran aceptadas con gusto.

Ahora bien, el golpe de efecto definitivo de Perico lo ofreció al tocar las puertas de algunas viviendas con sus cascos delanteros, pero no la de todas. Su intuición lo llevaba hacia aquellas en que con anterioridad le habían ofrecido alguna migaja de pan. Como dijera un estudioso: «Fue como un toque a la puerta de la historia, pues desde entonces trascendió a la celebridad y la fama».

En medio de todo Perico era medido pero a la vez audaz, y cuando alguien le brindaba algún comestible sin solicitarlo guardaba los gestos en su memoria y saludaría a diario a los nuevos amigos.

Su recorrido habitual incluía las barriadas de La Pastora, el Carmen, y Buen Viaje, por citar algunos, pero resulta curioso que a pesar de sus «caminatas» jamás tomó agua por esos lares, ya que solo lo hacía de manos de la esposa de su dueño.

Y en peregrinar no faltaron los incidentes. Las fuentes investigativas consignan que su paso habitual por las calles fue alterado en una ocasión por un novel policía que se estrenaba en su oficio. Sucedió en la esquina de Parque Vidal y Marta Abreu. Perico iba en dirección al Parque y pensando que se trataba de un burro «sin clase» el guardián comenzó a espantarlo, pero el animalito no se dio por vencido.

Aquello concentró al público, y el representante de la autoridad propinó dos fuertes golpes en el lomo a fin de disciplinarlo. El pueblo encolerizó, gritó improperios, y otro agente que se encontraba entre los reunidos amonestó al despiadado.

Según consignan los reportes el guardia significó que no era un animal ordinario, «que se trataba de un burro con los mismos derechos de cualquier ciudadano de la República».

Desde aquel día el inteligente asno tomaba sus precauciones, y cuando se aproximaba al sitio detenía su paso y levantaba la vista para apreciar la posta del Parque y observar a su vigilante. Si era el protagonista del suceso retrocedía y tomaba otra ruta.

Pero hubo de todo en la viña del señor. Algunos aprovecharon su arraigo popular para utilizarlo en función de obtener beneficios personales en campañas políticas que atacaban ferozmente a su dueño tildándolo de que tenía a Perico en total indigencia, mas el pueblo sabía que era incierto.

Y aunque parezca increíble Perico también sufrió prisión. Resulta que invadió los jardines del Parque Vidal y el alcalde que se encontraba en una de las ventanas de lo que era el Palacio de Gobierno (hoy Biblioteca Provincial Martí) lo divisó y ordenó el arresto por comerse el césped.

Ya el burro era muy querido y al llegar la detención a oídos de los estudiantes se lanzaron a la calle de conjunto con la población y la autoridad, al ver que peligraba su próxima reelección indicó su liberación.

No fue el único incidente en el que estuvo involucrado Perico. Dicen que durante el primer gobierno de Batista portó carteles que consignaban «Abajo Batista», y «Abajo el director». Este último en alusión a la máxima figura del Instituto de Segunda Enseñanza quien permitía a algunos alumnos que recogieran dinero a nombre del estudiantado para beneficio personal.

Y llegó el día final. A las 6:00 de la tarde del 26 de febrero de 1947 Perico se encontraba en las proximidades del café Villaclara y su propietario lo vio. Lo notó cabizbajo y pidió que lo acompañara para la casa. Obediente al fin cumplió el reclamo, pero al día siguiente el sereno que cuidaba del patio le comentó a la esposa de su dueño que el animalito ni se movía y que para él había muerto.

En realidad no encontraban la forma de decírselo a Lea hasta que no pudo esperarse más. La muerte del asno conmovió a la ciudad, muchos centros laborales cesaron sus jornadas, en tanto los estudiantes asistieron al funeral para llevarle flores: Una verdadera conmoción popular.

Los muchachos del Instituto de Segunda Enseñanza quisieron sepultarlo en el cementerio local, pero su propietario decidió enterrarlo en el propio patio donde durmiera toda su vida en una fosa cavada por el pueblo bajo las orientaciones del Gobierno Provincial.

Así se fue Perico de los barrios de una urbe que lo acogió para quedar entre las tradiciones y la imaginación de generaciones que, como la mía, admiramos aquellas historias contadas por nuestros abuelos.

Y aunque ya no está dibujémoslo siempre regalando su sabiduría e inteligencia como aquel burrito admirable que enamoró a Santa Clara.

(Versión recreada a partir de instantes de la infancia y de la fuente del Sitio Web Cultural Santa Clara).

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