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Del ocaso a la esperanza

Del ocaso a la esperanza

Umelia (a la derecha) a las 24 horas de aquella intervención que cambió el curso su vida.

La historia de la primera paciente en recibir una prótesis total de rodilla en Villa Clara, gracias a una inventiva del profesor Rodrigo Álvarez Cambras.

Por Ricardo R. González

Umelia Luján Lazcano abraza la disyuntiva de una vida antes de y después de…; sin embargo, no comparte el criterio de que el miércoles resulte un día atravesado, porque en uno de ellos, de los que trajo el 2006, ocupó uno de los quirófanos, pertenecientes al hospital universitario villaclareño Arnaldo Milián Castro, para iniciar la historia de las operaciones destinadas a la implantación de la prótesis total de rodilla en esta provincia, con un equipo multidisciplinario bajo la guía del eminente profesor Rodrigo Álvarez Cambras.

Veinticuatro horas después, Umelia Luján mostraba magnífico estado emocional, y configuraba sus planes a fin de recuperar el tiempo perdido. Solo una vena canalizada para el suministro de los medicamentos delataba los indicios de la intervención. Y sentada en su cama evocó los estragos provocados por esa artritis limitante durante algo más de dos décadas.

PEDESTAL A LA PACIENCIA

El tiempo se encargó de lacerar los cartílagos de sus rodillas. Ambas estaban afectadas, pero la derecha sufría las mayores consecuencias. Esa fue la primera que le operaron.

«Poco a poco sentí que mis pasos cobraban el saldo de lo imposible, sobre todo en los últimos cuatro años. Prácticamente eran destinados a las necesidades elementales. El intenso dolor me mataba.»

Desde el cuarto piso de un edificio multifamiliar del reparto Escambray, de la ciudad de Santa Clara, veía pasar la vida. Sus hijos Blas y Odalys Bravo bien lo saben. Ellos la bajaban en un sillón de ruedas por las incómodas escaleras, a fin de que Umelia mantuviera su roce social.

Pero la respuesta a los tratamientos era nula. Aunque no faltó la visita a centros especializados de La Habana, la opción quirúrgica se manifestaba irreversible.

«Cada vez que me movía sentía el movimiento de los huesos, mas solo usaba el sillón para bajar del piso del edificio, pues nunca quise verme inutilizada. Incluso acostada hacía mis ejercicios de las piernas. Calentaba el almuerzo, y me quedaba sola en la casa, pues mi hija, el esposo y los nietos marchaban a sus labores o a la escuela; no obstante, siempre con precauciones a fin de evitar una caída que hubiese complicado la situación familiar.»

Por las propias características de la dolencia, la cama de Umelia requería mayor altitud, y le resultaba en extremo incómoda para realizar las necesidades, porque «si me sentaba en el inodoro después no podía levantarme.»

Ahora Umelia echa los recuerdos al tiempo. Memoriza que un domingo sonó el teléfono, y quedó perpleja. Cuál fue su sorpresa al escuchar que sería intervenida, y que el profesor Álvarez Cambras viajaría desde la capital cubana para dirigir el acto quirúrgico.

«Nunca pensé en tan rápida evolución. Al menos pasé la primera noche sin ápice de dolor. Gracias a los galenos cubanos y al desarrollo tecnológico, reencuentro mi vida, sin costarme ni un centavo», subrayó la ex trabajadora de la Universidad Médica de Villa Clara Dr. Serafín Ruiz de Zárate Ruiz, quien un día de 1989 le dijo adiós a su puesto en el tarjetero de la entidad por dictamen de la comisión médica.

Un fatídico momento que no quisiera recordar, valorado en 3 mil dólares en países foráneos, y todo debido a esa artritis reumatoide (AR) causante de aquella desdicha.

Y es que la AR se considera el reumatismo inflamatorio crónico con mayor cifra de consultas en servicios de Reumatología. Los estudios epidemiológicos muestran una prevalencia entre 0,3-1,5 % a escala mundial, y las estadísticas recaen sobre las mujeres.

Muchos autores la definen como una enfermedad sistémica, de etiología desconocida, que afecta las articulaciones e induce a la destrucción articular y de otros tejidos.

De todo lo anterior se infiere que las lesiones articulares aumentan proporcionalmente con la edad, y si bien pudiera iniciarse en cualquier etapa de la vida, el pico máximo de incidencia se sitúa entre los 30-60 años.

Si de elementos clínicos se trata, los más importantes advierten una rigidez articular que aparece después de un período de reposo, especialmente al levantarse en las mañanas, con duración aproximada de más de una hora, así como en los nódulos reumatoideos, localizados en áreas sometidas a presión o roce: codos, dedos de las manos, tendón de Aquiles, occipital y la región sacra.

Generalmente se acompaña de un síndrome general expresado por astenia, anorexia, pérdida de peso y de la libido, y fiebre o febrículas vespertinas.

La primera descripción realizada sobre la artritis reumatoide (AR) ocurrió en 1800 por el doctor Landré Beauvais, quien publicó sus observaciones en una tesis, y señala la frecuencia más alta en el sexo femenino y manifestaciones clínicas relevantes de la enfermedad a la que denominó gota asténica primitiva.

Sir Alfred Garrod propuso en el año 1859 —aunque ciertas fuentes lo precisan un año antes— el nombre de artritis reumatoide para sustituir definitivamente las diversas denominaciones que tenía hasta entonces (gota reumática, reumatismo nudoso y artritis reumática crónica), término que fue ampliamente aceptado en Gran Bretaña y otros países de Europa, y con el cual se le conoce en la actualidad.

 

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