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Juan Virgilio López Palacio: « Soy un cómplice de la virtud»

Juan Virgilio López Palacio: « Soy un cómplice de la virtud»

Ya la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas cuenta con el primer académico dentro de su claustro que posee el título de Doctor Honoris Causa. Distingo merecido para quien la docencia irriga los manantiales de su vida

Por Ricardo R. González

Foto: cortesía del entrevistado

Todavía conserva aquella dedicatoria del eminente pedagogo Gaspar Jorge García Galló en la que le incitaba a vencer derroteros, y a empinarse en el camino de las aspiraciones. Aún, con 79 años, y más de seis décadas de ejercicio profesional, aquel jovenzuelo acogido a esos sabios consejos hurga en el aprendizaje, no sabe de depresiones, y en más de una ocasión se levanta del sillón para consultar los tomos de la enciclopedia Uteha que ocupa un sitio preferencial en la sala hogareña.

Y es que Juan Virgilio López Palacio resulta de esos hombres vitales, amante de la historia y las tradiciones, sumamente expresivo hasta en su gestualidad, bailador por excelencia aunque este detalle sorprenda por sus propias características, devoto de Bola de Nieve, y de alguna bebida ocasional, sobre todo en reuniones familiares, pero sin excesos.

El hijo único de una familia muy pobre que desde temprano enfrentó las contingencias al quedar huérfano de padre, mientras su mamá se dedicaba a las labores de despalilladora en una tabaquería de la época.

Un muchacho que se propuso ayudar a la familia gracias a la dedicación de su tía Carmen, y de aquel claustro de la Escuela Anexa a la Normal de Maestros de Las Villas que le despertaron la inclinación hacia el magisterio.

Hubiera querido ser médico, lo confiesa; sin embargo, a los 14 años tuvo como profesor a Galló, y fue quien definió su vocación.

Experiencias le sobran para saber cómo corre el magisterio por su anatomía, esa que prefiere vestirla con guayabera como signo de cubanía, y una persona que declara su fidelidad por dos amores incambiables: Olga Popa Hernández, la compañera en su vida, y el mundo de las aulas, los cuadernos, y las tizas.

— Durante su vida profesional le ha concedido especial relevancia a la maestría pedagógica ¿Cómo valora el universo educacional desde este punto de vista?

— En ningún momento está marcada por la acumulación de años de servicios. Vislumbra como un propósito alcanzable encaminado hacia la excelencia, pero no todos la logran. La maestría se acompaña del elemento científico, de la ética pedagógica, y del tacto pedagógico. Admite la perfección mediante el trabajo metodológico derivado de la inteligencia colectiva en busca de mejores resultados en la docencia, pues no existen libros ni otro tipo de herramientas que sustituya ese trabajo.

— En una de sus investigaciones Ud ha dicho: Existen aún profesores universitarios que subvaloran la necesidad de conocer el «cómo» a la hora de transmitir sus conocimientos, y se niegan a preocuparse por la mejor forma de enseñar su ciencia. ¿Solo su ciencia o también deben nutrirse del mundo contemporáneo?

— La maestría pedagógica no admite visiones unilaterales. Exige traspasar fronteras, y dominar los múltiples senderos de la vida. Es adentrarse en aquellas ciencias relacionadas con el proceso educativo. En el caso de la pedagogía hay que ser, además, sociólogo, sicólogo, amante de la literatura, pretender la formación de un hombre culto donde el qué y el cómo busquen y encuentren su verdadera fusión.

¿Es de los que concibe a un profesor limitado a los marcos del aula?

— Resulta inadmisible. Soy de quienes piensan que el hábito sí hace al monje. Un maestro no puede estar desvinculado de las bibliotecas, de lo que expone la prensa a diario, de las novedades televisivas, de lo que pasa en Cuba y en El Cairo... Conozco profesores que no leen nada, y comienzan los pretextos… no recibo el periódico, no vi la televisión, no escuché la radio, pero tampoco son capaces de buscarlo.

— En el mundo universitario existen docentes partidarios de exámenes con libros abiertos, y favorables a otros tipos de licencias…

— Yo parto de una realidad. A quien tiene que interesarles mucho el aprendizaje es a los que están en formación, sin obviar las responsabilidades del maestro porque recae sobre nuestras espaldas guiar a los educandos en el arte de cómo estudiar cada asignatura.

No desapruebo los métodos, y cada quien los tiene. Ahora bien, el examen a libro abierto impide la posibilidad de encontrar la respuesta siempre que exista un profesor que se respete. En estos casos el docente tiene que pensar muy bien lo que va a preguntar, y recuerdo a la gran Gabriela Mistral que decía: pobre de la maestra que la niña descubra que su clase es la repetición del texto.

Tampoco soy de los que exigen justificaciones ante inasistencias a clases. El interés del alumnado en ir a la búsqueda de los conocimientos es vital, y aquellos que no concurrieron perdieron las nociones de ese día.

— Y el estudio exclusivo por notas de clases?

— Somos nosotros los que tenemos que incidir para cambiar dicho hábito. Están los libros de textos, las publicaciones diarias, y aquellos artículos con basamentos científicos que ofrecen mayor dimensión.

Dar clases no es solamente informar. Deviene comunicarse, y lograr una verdadera interrelación.

Alguien me preguntó si los alumnos podían estudiar por notas de clases. Yo respondí que sí, y ella quedó un poco sorprendida.

Después inquirió por los libros u otras modalidades, y con toda intención le comenté: Yo simplemente respondí a su pregunta, pero si Ud me hubiera cuestionado que si los alumnos debían estudiar SOLO por notas de clases evidentemente la respuesta sería otra.

— Hay maestrías y «eminentes» doctorados que se han hecho a base de corta y pega o de la copia textual de otros documentos…

— Inaudito, pero cierto. Maestrías y doctorados no implican acumulación de conocimientos. No solo mediante el uso de la tecnología se hace a un magistrado, y qué decir cuando los mecanismos resultan fraudulentos, ¿a quién se engaña? Vale aclarar que no todo lo que aparece en las enciclopedias e investigaciones situadas en la red de redes, y que muchas veces se copian de manera textual, presentan un enfoque verídico de la realidad.

— En oportunidades encontramos profesores que se apoyan excesivamente en los criterios y fundamentos académicos. ¿Es que acaso no están permitidas las flexibilizaciones?

— La pedagogía es una ciencia para aplicar. De nada vale que recites o exijas principios y métodos didácticos, si eso no se combina con otros elementos dentro del placer de educar.

No podemos apartarnos de la academia, pero hay que ser flexibles porque la propia vida es dialéctica. Nada motiva lo inflexible en un profesor ante elementos que se presentan, ante las nuevas aristas que encontramos a diario.

— ¿Y qué decir de las faltas de ortografías?

— Existe un epistolario magnífico entre Emilio Ballagas y Pepilla Vidaurreta con un pasaje en que Emilio le dice: ahora voy a calificar a los alumnos, y a encontrarme con las faltas de ortografía. Era 1934… Imagínate, un problema que se arrastra, por suerte hay medidas de rigor. No soy tan partidario de esa exquisitez de redacción que si debe ponerse punto y coma en vez de coma, pero el cambio de letras resulta inadmisible, y en esto hay que trabajar mucho.

De la primaria a la secundaria el alumno va perdiendo en su grafía  pasa por el pre, y cuando llega a la Universidad… Además las nuevas tecnologías con sus correctores automáticos, la eliminación del dictado, así como el poco hábito por la lectura influyen de manera negativa, y constituye una labor impostergable de todos los docentes.

— Sin embargo, hay quienes buscan refugio y se justifican en expresiones de García Márquez…

— Es cierto que una vez pidió en Zacatecas que no se tuviera en cuenta la ortografía. Ese fue García Márquez, pero nosotros no tenemos a ninguno. Además El Gabo no publicaba nada en aquella columna de Juventud Rebelde si no se lo revisaba Ángel Augier, convertido, prácticamente, en su corrector.

— Dentro de sus recuerdos universitarios ¿cuáles le profesa el Che también Honoris Causa de nuestro centro de educación superior?

Su investidura ocurrió el 28 de diciembre de 1959, y le correspondió a la Escuela de Pedagogía hacer la solicitud al consejo universitario para otorgarle el título. Yo formé parte de esa comisión como delegado del cuarto año.

El Che entró al teatro, y allí estaban los profesores que ya habían participado en las anteriores ceremonias correspondientes a Fernando Ortiz, Ramiro Guerra y Medardo Vitier. Se usó por primera vez la toga y el birrete por parte de todo el profesorado que era poco, aunque él no se los puso.

Guevara pronunció palabras que aún faltan por aplicar. Fue mucho más que solicitar que la Universidad se pintara de negros y de mulatos… Su última visita a la Universidad estuvo vinculada con la apertura del curso 1962-63. Él decía que la vocación había que ayudarla a formar, y a la vez dirigirla porque no era espontánea.

CAUSAS Y HONORES

Juan Virgilio López Palacio es un hombre con dos doctorados e innumerables distinciones y reconocimientos. De los grandes pedagogos que ratifican el vínculo de la maestría pedagógica con el lenguaje. Está consciente de que existe una forma culta y otra popular, mas el maestro siempre tiene que practicar en su clase la culta, aunque en casa o en un ámbito familiar tenga expresiones de la lengua popular porque el docente tiene que ser, ante todo, ejemplo.

Hasta qué punto Juan Virgilio López Palacio ha aprendido de sus alumnos. ¿Recuerda alguna anécdota?

— Siempre asimilo de ellos. Era maestro primario en Caibarién, y a la vez profesor de la Universidad. Imagínate desde cuando estoy en continuo aprendizaje.

Trabajé en Cienfuegos, fui docente de tecnólogos azucareros… y recuerdo un estudiante que me hizo perder la paciencia. Al final de la clase lo llamé en privado, cerré la puerta del aula, e inicié mis observaciones. Aquel muchacho comenzó a llorar, pues a veces las conductas se deben a situaciones externas… Esperé a que se recuperara, y cuando abrí la puerta el resto del alumnado estaba a la expectativa, pero todo quedó como si hubiese sido una consulta en torno a la asignatura.

— En la década de los 90 llegar hasta la Universidad constituía una agonía por la situación del transporte. ¿Pensó que era el momento de la jubilación?

— No. Hubiera podido retirarme hace dos años, y contratarme, pero el problema no es recibir más dinero, si no seguir siendo útil.

No tengo métodos ni recetas. Leo mucho, ejercito la mente, guardo y clasifico todo lo que me resulta de interés. Veo TV, y mientras sigo la lectura corrijo a la vez el lenguaje de lo escrito, y nunca me separo de la arista pedagógica para poder ejemplificar.

Busco el mal uso de los gerundios en la prensa cotidiana. No trato de memorizar. Y sí reviso con los nietos los álbums de fotografías. Incluso mis cuadernos de la práctica en la Normal.

— ¿Ser Honoris Causa le ha llegado en un momento tardío, y en el instante de la investidura en quiénes pensó?

— Ha llegado en su justo momento, y no faltaron mis recuerdos para mi madre, para los maestros que me formaron, para García Galló. Por supuesto que especial escaño para Olga, nuestros hijos, nietos, y el resto de la familia.

Tengo la satisfacción de recibirlo en medio de la integración de la Universidad con el resto de los centros de educación superior porque en todos está la huella personal con sus profesores y mis compañeros de trabajo.

— ¿Considera Juan Virgilio López Palacio que a partir de ahora es ya esa personalidad que ha alcanzado su defendida maestría pedagógica?

— Las cimas pueden derrumbarse, y no las conozco, aunque existen metas, y aspiramos a escalar más. Sería deshonesto de mi parte decir que no he alcanzado esa maestría porque he tratado de aplicarla y enseñarla a cada uno de los estudiantes como un cómplice de la virtud que transita por la vida.

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