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soyquiensoy (Ricardo R. González)

«Con 2 que se quieran» Enrique Pineda Barnet (Parte I)

«Con 2 que se quieran» Enrique Pineda Barnet (Parte I)

“Hoy por hoy soy capaz de prescindir de todo”

Amaury. Muy buenas noches. Estamos en Con 2 que se quieran, como me gusta decir siempre, en el corazón de Centro Habana, en Prado y Trocadero, el barrio de Lezama, en los legendarios Estudios de Sonido del ICAIC.

Hoy, esta noche, está con nosotros, me siento hasta emocionado,  uno de los grandes directores de cine que ha tenido nuestro país, una de las personas más encantadoras que conozco. Una de las personas más cultas, divertidas, elocuentes, locuaces y preparadas de nuestros medios artísticos, mi amigo querido, Enrique Pineda Barnet.

Enriquito, muy buenas noches, bienvenido, muchas gracias por aceptar venir.

Enrique Pineda. No faltaba más.

Amaury. Cuando me puse a leer tu currículum, me encontré con una cosa. Digo, perdóname, ¿no te molesta que te trate de tú?, es que nos hemos tratado de tú toda la vida.

Enrique Pineda. Entonces puedes empezar a tutarme desde ya.

Amaury. Me encuentro que Enrique Pineda Barnet, es, voy a leer: Director, guionista de cine y videos, profesor universitario, periodista, crítico, locutor, actor de teatro, cine y televisión, escritor, compositor, cantante. ¿Eres consciente de que eres como un artista del renacimiento?, te faltó pintar.

Enrique pineda. Me faltó pintar, pero era tal como cantar y bailar, porque ya hace muchos años que no hago ninguna de las dos cosas.

Amaury. Pero lo hiciste ¿cómo se puede, cómo podías estirar el tiempo de manera de hacer todas esas cosas?

Enrique Pineda. Todas esas cosas nunca se hacen a la vez, ojalá. Son pinceladas en la vida de uno.

Amaury. Pero sin embargo, con la literatura te ganaste el premio Hernández Catá de literatura. ¿Qué era ese premio?

Enrique Pineda. Bueno, el premio Hernández Catá es…, me da tristeza que me preguntes a estas alturas qué es el premio Hernández Catá, porque Hernández Catá era el premio literario más significativo que tuvo la República.

Ese premio le fue otorgado a todas las figuras, yo creo que a todas las figuras que fueron significativas en el siglo XX.

La revista Bohemia en un momento determinado publicaba todas las semanas un cuento de Hernández Catá, no de Hernández Catá, sino un premio Hernández Catá. Y había un tipo, que era Guillermo Cabrera Infante, el tipo era mi paradigma, era el escritor que yo leía con más admiración, por la audacia, por el verbo, por la imaginación, a veces por la turbulencia, era un escritorazo y me hice amigo de Guillermo Cabrera Infante que era contemporáneo conmigo, un poquitico mayor que yo. Y un día, conversando con Guillermo, me dice ¿por qué tú no mandas al Hernández Catá? Decía: tú mandas ahora y luego te puedes ganar la cuarta mención; el año que tiene te ganas la tercera; después la segunda, después la primera y el premio. Tenía cinco años de perspectiva para ganar el premio.

Amaury. Lo que le había pasado a él.

Enrique Pineda. Por lo que le había pasado a él y además, a mí me parecía como que demasiado pronto. Y bueno, entonces yo mando. Me acuerdo que el día que voy a entregar mi cuento, me dice la señora que recibía los cuentos: ¿Pero usted no es amigo de Guillermito? Dígole, sí, yo soy muy amigo de Guillermito. Dice: ¿Sabe que Guillermito no ha traído su cuento de este año? ¡Pero no me diga eso! No, no y hoy cierra la admisión, dígale que tiene que correr y que tiene que traérmelo. Bueno, yo corro a  casa de Guillermo, él ya estaba en la onda esa de que ya está por encima de eso, no, yo no lo he llevado todavía. Y, está bien, llévaselo, es decir, yo tenía que entregarlo. (Por suerte tuvo mención, si no, hubiera parecido que yo no lo había entregado) Y un día llego a mi casa y me encuentro un telegrama por debajo de la puerta y, Premio Nacional Hernández Catá. Y bueno, me voy corriendo para casa de Guillermo, me bajo en la Avenida de los Presidentes y corro a la casa de Guillermito, le toco a la puerta y Guillermito me abre y le digo: Guille, el Premio, ¡tengo el premio Hernández Catá!

Y se queda Guillermo así, y me dice, -y ahora vienen los piticos que ponen ustedes en la televisión-: “me c… en el c… de tu madre”, ¡pam!, y me tira la puerta en mis narices. Y ahí es cuando todo se agolpa…, cuando lo comprendes todo en un instante, dices: ¿hasta dónde he sido imbécil? ¿Cómo yo puedo darle con alegría la noticia a un amigo, la noticia de que le he ganado un espacio que le pertenece a él?, porque para mí ese premio le pertenecía a él, porque ya se lo había ganado, porque ya tenía cinco premios anteriores.

Amaury. Pero un amigo tiene la obligación de sentirse feliz con los éxitos de otro amigo.

Enrique Pineda. Sí, eso después yo lo he sentido muchas veces  y yo lo comprendo. Pero ahí no cabía, no cabía eso, realmente no cabía eso porque era totalmente injusto.

Amaury. ¿Y el premio, en qué consistía, Enrique?

Enrique Pineda. El premio consistía en una cantidad de dinero, no me acuerdo ya si era, en aquel momento, cien pesos.

Amaury. ¡Que era mucho!.

Enrique Barnet. ¡Ja, o quinientos, yo no sé!.

Amaury. ¡Si eran quinientos… mucho más!.

Enrique Pineda. No sé, no sé y publicar el cuento en Bohemia y en El País, en el periódico El País. Bueno, por ahí fue la cosa, eso fue…, realmente fue un momento, uno de los momentos más tristes de mi vidae inició el momento más triste.

Amaury. Enrique, pero tú has tenido una cantidad de éxitos a lo largo de tu vida, que imagino la misma cantidad de enemigos.

Enrique Pineda. Bueno, más o menos. Más o menos, no creas que estás muy distante. Sí, sí, cuando te destacas mucho en algo, eres sombra para alguien. Y a partir de ser sombra para alguien, ganas en ese alguien un enemigo. Y eso ensombreció mucho mi alegría de ganador. Era demasiado joven, tenía 17 años.

Y nada, los viejos me llevaron a mi primer viaje fuera de La Habana. Es más, mi primer viaje fuera del Vedado. De un niñito bitongo del Vedado, eso es otra carga de la vida, los viejos me sacaron, me llevaron a Trinidad…, a Trinidad con sus tradiciones, fuimos a ver a las Sánchez Iznaga. Conocí a toda la flor y nata de Trinidad, todavía aquellas viejas se vestían con batas blancas de hilo hasta el piso. Eran señoras muy respetables, nos enseñaron sus palacios, sus porcelanas, sus abanicos de nácar que tenían dedicatorias por detrás de grandes figuras del siglo anterior. Y entonces me invitaban por la noche a una serenata. ¿Y dónde eran las serenatas? La serenata llegaba a su casa, llegábamos a su casa y aquellas señoras nos esperaban en chancletas, con un porrón de barro, mitad aguardiente, mitad vino tinto.

Amaury. ¡Ah! Pero mira a las señoras…

Enrique Pineda. Las señoras sabían mucho, sabían mucho. Entonces llevábamos acordeones, guitarras, etc., y nos sentábamos en los muros de la Iglesia de La Popa, y cantábamos Longina, Y si llego a besarte, todo ese repertorio que después tanto he machacado.

Amaury. ¿Y ya tú cantabas en esa época?

Enrique Pineda. Yo cantaba desde chiquito.

Amaury. Quiero decir, en esa época ¿ya cantabas, te exhibías, cantabas ahí, delante de las señoras?

EnriquePineda. Sí, sí, yo era bastante exhibicionista  en ese sentido. Me encantaba cantar y que me vieran cantar y que gustara que yo cantara. Y allí, yo recuerdo que en las escenas de las zarzuelas siempre hay unas muchachas debutantes, en las zarzuelas españolas, y siempre hay tres viudas, o tres viejas. Siempre son tres, no sé por qué, tres viejas, tres brujas sentadas y de repente estos viejos se me convirtieron en las viejas de la zarzuela y ellos me empezaron a decir: siempre que tengas un triunfo en tu vida, ganarás enemigos y te llegará la sombra. ¡Dios, era horrible!

Amaury. Y además, eras un niño, un adolescente.

Enrique Pineda. Era un adolescente y entonces, de repente, con esas cosas y esos consejos. Y me decían: nunca pienses que los amigos son solamente aquellos que te abrigan cuando estás en desgracia. Es más fácil compadecer que enaltecer. Los amigos son fundamentalmente aquellos que gozan, disfrutan y son felices con tu felicidad.

Amaury. Pero tú has logrado vencer, es como el misterio del abanico, cuando me hablaste de las señoras que se abanicaban, ese gran misterio que tiene el abanico, que mientras uno lo está moviendo, puede durar muchos años y no haces más que cerrarlo y ponerlo en una vitrina y se marchita.

Enrique Pineda. Se queda paralítico

Amaury Pérez. Tú has estado hasta hoy moviendo el abanico.

Enrique Pineda. Es una imagen bonita. Se podía poner en una obrita de teatro, “Moviendo el abanico”

Amaury. “Moviendo el abanico”. Ahora, tú me dices que naciste en el Vedado, de una clase media alta.

Enrique Pineda. Sí, media profesional.

Amaury Pérez. Porque normalmente, uno no hacía el pre, uno terminaba la enseñanza, lo que hoy sería secundaria y se matriculaba en carreras cortas para generar trabajo. Sin embargo, Enrique Pineda Barnet se va a estudiar al preuniversitario de la Víbora. ¿Por qué a la Víbora?

Enrique Pineda. Bueno, la Víbora, porque en aquella época, como en épocas sucesivas, había muchos problemas en el movimiento estudiantil. El movimiento estudiantil se politizaba mucho, había huelgas, había problemas y entonces a  mi familia le había llegado mucho el rumor de que en el Instituto del Vedado había mucho lío con los estudiantes y que había expulsiones de los estudiantes, y a partir de ahí, pues me pusieron en la Víbora que tenía fama de ser un Instituto tranquilo y estudioso. Bien difícil porque era lejos, yo tenía que coger una guagua, una ruta 79 para llegar a la Víbora. Pero a mí me hizo mucho bien también salir del ámbito estrecho del Vedado.

Amaury. Pero a mí me ha contado un amigo suyo que usted no sólo…

Enrique Pineda. …Empezaste a tratarme de usted.

Amaury. ¡Ah!, de usted, es verdad, hice mal, pero yo te juro que yo te quiero mucho y te voy a seguir tratando de tú. Un amigo tuyo me dijo, se sentó conmigo el otro día cuando estaba preparando esta entrevista y me dijo: Mira, Enriquito era en el Pre; inteligente, simpático, de una elocuencia aplastante. Pero, además, me dijo: era el muchacho, el joven más lindo del Pre y todas las muchachas estaban enamoradas de él y todos nosotros sentíamos celos de aquel muchacho.

Enrique Pineda. Ese amigo tuyo me lo dijo a mí una vez, me lo contó, ahora después de viejo me lo dijo.

Amaury. ¿Te lo dijo? Todos estaban celosos.

Enrique Pineda. Yo no lo sabía, mira, si yo llego a saber que el perico era sordo… (risas)

Amaury. Pero, Enrique, tú eres un hombre, todavía, muy hermoso. Yo, quisiera, la pregunta empezaba por aquí, ¿las personas bellas tienen una responsabilidad?, ¿la belleza conlleva a una responsabilidad con los demás? Son tan pocos los bellos y tantos los que no lo somos.

Enrique Pineda. Mira, Amaury, por favor. Esto es cómico, esto es cómico…, esto…, yo me encuentro bellísimo. Me encuentro yo, a mí, bellísimo, pero no bellísimo frente al espejito del baño, no, realmente yo me siento bello en el sentido de que yo sé que yo soy un alma bella. Eso sí, me siento muy orgulloso, y no voy a renunciar a eso de ningún modo. Ahí está toda mi vanidad.

La cuñada de esa persona que te habló, era encantadora y la esposa misma, una gente…, unas poetas tremendas, muchachas que hablaban con las flores sentadas en la escalinata del Instituto.

Amaury. Bueno, pues vamos a hablar entonces de esa amiga. La última vez que nos vimos, fue en un ambiente muy triste, familiar, fue en el velorio de esa gran amiga tuya, Margarita Perea Maza. ¿Cómo tú la recuerdas, a Margarita?

Enrique Pineda. Yo la recuerdo como el lirismo, justamente,  como la languidez, la poesía. Era una persona que era toda poesía. Porque ella era, además, muy amiga  de mi novia. Mi novia en aquel momento, una persona que vive y que yo la recuerdo con un amor entrañable y que nos reencontramos justamente y fuimos a tu casa. Aquella persona…

Amaury. ¡Aquella persona!

Enrique Pineda. Aquella persona, que fui a tu casa con ella cuando vino el Papa…

Amaury. …Cuando vino el Papa…

Enrique Pineda. …Exactamente, claro, aquella persona era mi novia de los 16 años.

Amaury Pérez. ¡Mira tú! Bueno, di el nombre tú…

Enrique Pineda. No, no, no me gustaría. No, porque yo no sé si a ella le gustaría.

Amaury. Está bien. Ahora, siempre que te veo, veo a Esperancita, a tu mamá. ¿Qué significó y qué significa tu mamá? Porque es que ustedes fueron: madre e hijo; amigo y amiga, novios. No sé, llegó un momento en que uno no podía concebir a Enriquito sin Esperancita.

Enrique Pineda. Sí, yo sé, hay parejas así, hay parejas, matrimonios, así. Y yo decía, bueno, yo estoy casado con mi mamá. Yo nunca le tuve, nunca tuve temor ni rechazo a esos criterios de “este tiene complejo de Edipo”, no, para nada. Yo estaba enamorado de mi madre, era un ser maravilloso. Cómo no amarla, cómo no enamorarme de ella. Estaba fascinado con mi madre y fue siempre mi gran amiga, mi gran cómplice.

Un día participé de una conversación entre Sergei Urusevski, el fotógrafo soviético, con Saúl Yelín. Y Saúl le dice a Urusevski: Mi socio, mi compinche. Y Urusevski le pregunta ¿qué cosa es ser compinche? ¿Qué cosa es ser socio? Y Saúl, que era en ese sentido un hombre muy agudo, brillante, le dice: ser cómplice, ser compinche, ser socio, es mucho más profundo que ser amigo. Es quererse en lo bueno y en lo malo. Y eso fue mi mamá para mí.

Mi mamá para mí era mi socia, mi compinche. Porque era para tomarnos el trago juntos. Nos esperábamos para contarnos las maldades, las picardías. Nos conocíamos tanto y tan bien, tan bien, que era una relación estrecha, profunda.

Mi madre llegó a ser, yo decía, y, me atrevo a decirlo,  con vanidad, era el paradigma de mis amigos. Mis amigos adoraban y adoran todavía a mi madre. Mis amigos hablan de mi madre como de una socia, una compinche, una amiga que se nos fue a pasear.

Amaury. Bueno, tú eres una persona que ha ganado muchos premios, muchos, algunos muy importantes. Como la entrevista no es cronológica salto.

Enrique Pineda. Ah, sí, sí.

Amaury. ¿Siempre uno merece los premios, cuando se los dan, uno siente que sí, que me lo dieron porque me lo merezco, porque me lo gané. Sobre todo los premios que has ganado después, el Goya por La bella del Alambra?

Enrique Pineda. El Goya yo me lo gané. Sí, me lo gané. Yo me lo gané y yo estaba seguro que me lo iba a ganar. Sin embargo, me gané el Coral de La Habana y no me lo dieron, y ese sí que me lo gané y no me lo dieron y fue una cosa para mí feísima.

Amaury. Por La bella del Alambra.

Enrique Pineda. Por La bella del Alambra, pero como la cosa es fea prefiero no hablar de ella. Pero el Goya yo me lo gané y estaba muy orgulloso, fui a buscarlo, ah, ah y me encantó, me encantó.

Amaury. Enrique, ¿Cuándo tú llegas, al cine?, ¿haciendo documentales?

Enrique Pineda. No, no, de una manera muy rara. Todo el mundo pensaba que yo iba a hacer cine algún día, porque yo fui fundador de la televisión, cosa que no lo dice ningún currículum mío por ningún lado, y eso sí yo me lo gané, porque fui de los primeritos.

Hice primero guiones, guiones de suspenso y guiones musicales para la televisión y después empecé a hacer producción y terminé dirigiendo comerciales y algunos programas musicales y demás.

Cuando al Triunfo de la Revolución se va a crear el ICAIC, poco tiempo después, casi inmediatamente, en marzo se constituyó la ley de creación del ICAIC y entonces ahí todo el mundo pensaba que yo iba para el ICAIC.

Yo había sido fundador de Teatro Estudio, estaba en Teatro Estudio, y mucha gente, de la televisión inclusive, iba a Teatro Estudio porque había rumores de que Julio García Espinosa estaba yendo a Teatro Estudio a ver gente, a ver a quién se llevaba para el ICAIC.

Para mí ir al ICAIC era ganarme algo que había que ganarse. Estábamos hablando de esto hece un rato ¿quién se lo cree? yo creía que yo no tenía méritos para ir para el ICAIC a fundar una institución, era como un sueño, el ICAIC era como soñar. Como después fue la escuela de cine, que todo el mundo decía: ¿hacer una escuela de cine en Cuba? Es un sueño, un sueño para cualquier adolescente, para cualquier joven que tiene aspiraciones. Entonces, bueno, en ese soñar, pensé que yo no me lo merecía, y aguardé, me mantuve un poco a distancia. Yo no había ido a la  Sierra (Maestra) a combatir, yo no me había alzado por ningún lado, ni lo había pensado ni por un instante.

Amaury.Eras un demócrata y un hombre de oposición, pero no eras un hombre de acción.

Enrique Pineda. Para mí una pistola. En mi casa a veces había, porque en mi casa hubo política ajena a mí, pero para mí una pistola, un arma era algo, de esas cosas que eso no se toca.

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