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«Yo estuve en La Higuera»

«Yo estuve en La Higuera»

El galeno villaclareño Leonardo Alberto Chávez Betancourt cumplió una parte de sus sueños en tierras bolivianas. Andar por los caminos del Che le aportó vivencias inigualables.

Por Ricardo R. González

Foto: Carlos Rodríguez Torres

La Higuera se pierde en el mapa. Aparece como un punto situado casi en la cima de una colina boliviana. Solo un terraplén conduce a este sitio ubicado a unos 60 km al sur de Vallegrande, y a 2 mil 160 metros sobre el nivel del mar cobijado con típica vegetación de montañas. Casas de barro forradas de guano protegen a sus moradores de las contrastantes temperaturas. La Higuera es más que un caserío de apenas 30 viviendas. Entre ellas hay leyendas y recuerdos.

Bien lo sabe un galeno villaclareño llamado Leonardo Alberto Chávez Betancourt. Su estancia en la nación andina para servir al prójimo en los andares de la Medicina le posibilitó recorrer una parte de los caminos emprendidos por Ernesto Rafael Guevara de la Serna y sus compañeros de guerrilla.

Un sagüero que atesora un patrimonio de vivencias casi únicas desde el lugar donde algunos vecinos conservan la silla en que el Che se sentó por última vez antes de que lo ultimaran, o guardan recipientes en los que comió o bebió y el radiecito con el que escuchaba las noticias.

La condición de Destacado alcanzada por el médico cubano durante su labor en el hospital rural San Francisco de Asís, en la región de Villa Tunari, departamento de Cochabamba, le mostró el corazón de la cordillera andina. Y como premio obtuvo el derecho de emprender, junto a otros compañeros, este reencuentro con la historia un día del pasado junio.

«Salimos en caravana desde varios puntos del país. Pernoctamos en Santa Cruz de la Sierra para luego llegar a Vallegrande. Lo primero que impacta es el mausoleo existente donde se encontraron los restos del Che.»

El viaje resulta escabroso. Precipicios profundos aparecen en un camino en el que casi se pueden tocar las nubes con las manos, «pero conocimos la lavandería, la morgue… Espacios muy vinculados a nuestro Che».

La lavandería permanece intacta. Allí fue mostrado el cadáver a la prensa. Sus paredes están escritas con mensajes alusivos a quien fuera el Guerrillero de América, mientras un pequeño búcaro conserva las flores que a diario son depositadas en su memoria.

«Pasamos después a la morgue. Impresionan los relatos cuando trasciende que el cuerpo de Guevara quisieron fragmentarlo en partes. Un grupo de mujeres del pueblo se opuso y logró detener la macabra idea. Hay quizás algo desconocido, y es que al cortarle las dos manos las depositaron en formol; sin embargo, este borró las huellas digitales y hubo que hidratarlas para poder identificarlas.

«La morgue cuenta con solo una mesa, y los testimonios de la época corroboran la autenticidad del proceso de identificación de los restos de cada combatiente, lo que desmienten versiones e infundios engendrados por los enemigos.»

Ante la presión popular, los paramilitares cambiaron los planes. Realizaron una fosa común en las proximidades de la pista del antiguo aeródromo vallegrandino. Buscaron un camión de volteo y depositaron los cadáveres. Ya la zanja estaba hecha con el apoyo de una retroexcavadora. Su conductor desconocía para qué se ordenó abrir aquel hueco, y al marcharse del lugar voltearon los cuerpos y los taparon a fin de que nadie conociera donde habían sido sepultados.

La escuelita... la rabia... la historia

Llegar a La Higuera resulta arriesgado. Barrancos inmensos con curvas en extremo cerradas indican la ruta. Más de dos horas de ascenso por un terraplén hasta que aparece el pobladito con apenas 30 viviendas y algo más de un centenar de habitantes.

Pero ahí se mantiene la escuelita testigo de los disparos al Che. Existe un museo, una pequeña tienda y ahora el consultorio donde médicos cubanos atienden, de manera gratuita, a los habitantes. Nada más sobrevive en La Higuera, salvo la efigie de un hombre que es considerado como un Dios y que está erigida sobre un pedestal inmenso levantado a base de piedras.

«Entrar a la escuela —sostiene Leonardo— impresiona. El cuerpo recibe una especie de sobresalto. Una mezcla de nostalgia y rabia a la vez. Saber que allí tuvo sus minutos finales. Hay cosas inexplicables con palabras  Imaginas a Mario Terán el que los galenos de la Isla en gesto siempre humanitario le acaban de devolver la visión luego de operarlo de cataratas— cumpliendo las órdenes de los generales René Barrientos y Alfredo Ovando, unidas a las de la Casa Blanca y la CIA. No fue capaz de eliminarlo sin muestras de cobardía. Y en medio de todo, retumbó aquella respuesta del Che: No tiembles más y dispara aquí, que vas a matar a un hombre.» Ello te ofrece el sentido de valentía.

Como ser humano, Leonardo siente una repugnancia enorme, aunque no le extraña que especialistas de la Perla antillana le hayan restaurado la vista a un criminal. «La propia convicción guevariana y también la de Fidel nos han enseñado que, en materia de Salud, los enemigos y traidores merecen atención. Ese rasgo nos distingue de otros. Mira como el hijo de ese ciudadano tuvo que agradecer la labor profesional de los nuestros.»

Y afloran otras evocaciones que tributan la grandeza de Guevara. La captura en la Quebrada del Yuro a unos 4 km donde resultó herido y aun así, con el proyectil alojado en una pierna, caminó hasta La Higuera.

«La escuelita deviene estrecho lugar. Posee una ventana pequeña y el marco de lo que fuera una puerta ya muy deteriorada por el paso del tiempo. Al lado, una casa habitada por personas que conocieron del crimen y se lo narraron a las actuales generaciones. Incluso para penetrar en la escuela hay que atravesar el patio de dicha vivienda. No todo visitante tiene acceso, pero al decir que éramos médicos cubanos enseguida concedieron todas las facilidades.»

— ¿Cómo la población de La Higuera recuerda a Ernesto Guevara?

— Lo veneran. Algunos lo ven como hacedor de milagros y le piden que cumpla sus aspiraciones personales de toda índole, pero en Vallegrande sí hablan del guerrillero, del hombre grande. Hacen anécdotas de que era el primero en alfabetizar en la zona, que compartía los escasos alimentos de la tropa con los pobladores… Un ser excepcional por sus cualidades humanas.

— Cuando pequeño juraste ser como el Che ¿Qué te deja esta vivencia para el presente y el futuro?

Una conmoción total. Jamás imaginé que un día pudiera estar allí. Antes del  viaje nos informaron que iríamos en carro hasta Vallegrande y llegaríamos caminando hasta La Higuera. La lluvia lo impidió, aunque hubiera deseado la caminata, vencer la fatiga, recorrer lo que él anduvo con mis propios pies. Cuando estudiaba Medicina anhelaba una misión. Estuve, primero, dos años en la República Bolivariana de Venezuela, y acto seguido 15 meses en Bolivia. He completado mis vivencias entre los contrastes de la opulencia y la pobreza, del humanismo y el mercantilismo. Creo que hemos contribuido a que colegas de otras latitudes no se aferren tanto al dinero y sientan más por la vida de sus semejantes.

Leonardo Alberto Chávez Betancourt recuerda las lecciones del Che. A los pocos días de estar en Bolivia enfrentó a los heridos de un accidente automovilístico. Eran numerosos. En medio de la tragedia muchos expertos locales pensaban en quién asumiría los gastos. O el caso de aquel niño aquejado de apendicitis que manifestaron indiferencia en operarlo porque no había respaldo financiero. O el del taxista desahuciado y remitido al hogar a esperar su día final porque carecía de billetes… Son parte de las miserias humanas. «Hoy respiro tranquilo, todos están vivos gracias a la solidaridad de Cuba.»

Así es este hombre que tiene dos hijos: Rocío Beatriz, a quien dejó de meses de nacida al partir hacia Venezuela, y Adrián Alejandro Chávez Cedré, que vino al mundo días antes de que su padre anduviera por los senderos de Vallegrande y La Higuera.

Un criollo sincero que le pide a la vida ser mejor profesional. Tan generoso como aquel hombre que al mando de un grupo de guerrilleros hizo por la humanidad para que la luz acariciara la esperanza.

Alguien que ama la existencia como médico general integral y hace la residencia en Ginecobstetricia en el hospital Mariana Grajales, de Santa Clara. Y quien tuvo que declinar la Pediatría porque al cursar una parte de su carrera y sujetar a un menor para realizarle una punción lumbar lloraba a la par de la criatura y de su mamá.

Allí comprendió que su senda estaba errada y buscó otros horizontes. Un ser de buen corazón que sabe de la oscuridad de los cerros y de la cordillera andina a la que le propició ese as necesario que ilumina el alba.

Un compatriota de valía con el privilegio enorme de gritar: «Yo estuve en La Higuera».

2 comentarios

Ricardo González -

Carlos. Es que todo bien al prójimo tiene una carga tremendamente humana, y eso es también internacionalismo.
Ricardo.

Carlos Mohedano -

Emocionante trabajo a partir de las vivencias de este médico cubano.
Carlos Mohedano
España.